Niño en tinieblas
Mervyn Peake
Las ceremonias habían terminado por ese día. El Niño se sentía extenuado. El Ritual, como una carroza enloquecida, había sido echado a rodar, y la verdadera vida de día yacía herida y aplastada.
Señor de campos almenados, no tenía otra opción que estar al servicio y las órdenes de los funcionarios cuya misión era aconsejarlo y guiarlo. De conducirlo aquí y allátravés del laberinto del hogar sombrío. De celebrar, día tras día, antiguas ceremonias cuyo significado hacía ya mucho se había perdido.
Los tradicionales regalos de cumpleaños le habían sido ofrecidos por el Maestro de Ceremonias sobre la tradicional bandeja de oro. Largas columnas de hierofantes, hundidos en el agua hasta las rodillas, desfilaron ante él, sentado durante horas y horas a orillasdel lago infestado de jejenes. Todas esas circunstancias habrían sido suficientes para hacer perder la paciencia al adulto más sereno y ecuánime, y para el Niño habían sido un infierno intolerable.
Ese día, el del cumpleaños del Niño, era el segundo de los más arduos del año. El anterior había sido el de la larga marcha por la escarpada ladera hasta el sembrado donde debió plantar eldecimocuarto fresno del bosquecillo, pues en ese día había cumplido catorce anos. Y no era una mera formalidad, pues nadie le podía ayudar mientras realizaba su tarea, ataviado con la larga capa gris y el bonete similar al de los tontos. En su viaje de regreso por la empinada falda de la montaña había tropezado y caído, raspándose la rodilla y cortándose la mano, así que, cuando al cabo lo dejaron solo en lapequeña habitación que miraba hacia la plazoleta de ladrillo rojo, hervía de furia y resentimiento.
Pero ahora, en el atardecer del segundo día, el de su cumpleaños (tan pleno de ceremonias idiotas que el cerebro le vibraba de imágenes incoherentes y el cuerpo de fatiga), yacía en el lecho con los ojos cerrados.
Luego de un rato de descanso abrió uno de los ojos porque creyó oír el aleteo deuna mariposa contra el vidrio de la ventana. Sin embargo, no pudo ver nada y se disponía a cerrarlo nuevamente cuando su mirada quedó atrapada por la ocre y familiar mancha de humedad que se alargaba en el cielo raso como una isla.
Muchas veces había contemplado esa misma isla mohosa con sus caletas y bahías; sus ensenadas y el extenso y extraño istmo que enlazaba la masa meridional con laseptentrional. Conocía de memoria la ahusada península que terminaba en un delgado arco de islotes como cuentas descoloridas de un rosario. Conocía al dedillo los lagos y ríos y más de una vez había llevado a buen puerto, después de azarosas travesías, a sus naves imaginarias y navegado con ellas en pleno océano con mar gruesa, antes de marcarles nuevos rumbos hacia tierras ignotas.
Pero ese día estabademasiado irritado para perderse en divagaciones y lo único que hizo fue mirar a una mosca que recorría lentamente la isla.
—Un explorador, supongo—murmuró el Niño para sus adentros... y en el momento de hacerlo surgió en su mente el aborrecido contorno de la montaña y los catorce estúpidos fresnos, y los malditos regalos que le habían presentado en la bandeja de oro (que doce horas después seríandevueltos a las arcas) y vio un centenar de rostros familiares, cada uno de los cuales le hacía recordar alguna obligación ritual, hasta que terminó por golpear el lecho con los puños mientras gritaba: ¡No! ¡No! ¡No!; y sollozó hasta que la mosca recorrió de este a oeste la isla mohosa y continuó su lento paseo por la costa como si no tuviera intención de aventurarse por el techo-mar.
Sólo unmínima parte de sus sentidos seguían los movimientos de la mosca, pero esa mínima parte se identificaba tanto con el insecto que el Niño advirtió oscuramente que el explorador era algo más que una palabra o el sonido de una palabra, era algo único y rebelde. Y entonces brotó, impetuosa, la primera chispa de incontenible rebelión, no contra alguien en particular sino contra la incesante ronda del...
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