102657362 Flores De Sombra Sofia Rhei
Capítulo I
El quinto infierno
Allí no había ninguna ciudad, sólo unas cuantas casas viejas y
polvorientas, como si ella y su madre se encontraran en el interior de
una maqueta abandonada. Hazel no se lo podía creer.
—Mamá, por favor, dime que es una broma —dijo con voz temblorosa.
Margaret la miró, enfadada. —¿Tú crees que estoy para bromas?
Bajaron del coche. Habían recorrido millas y millas de campos de
calabazas solo para llegar a aquel lugar. Se hallaban en la calle
principal del pueblo y allí no había nada salvo seis o siete edificios de
madera, alguno de ellos apuntalado. La única carretera que cruzaba el
pueblo estaba llena de baches. Las tablas y carteles de las paredes que tenían enfrente parecían a punto de desprenderse y la pintura se había
caído en muchos lugares, mostrando varias capas de colores anteriores.
Los dos hombres de la gasolinera miraban a Hazel y a su madre con
expresión burlona.
—¿Quieres una botella de agua? —preguntó Margaret, dirigiéndose a
la tienda.
—Mamá, no puede ser aquí. Tiene que ser otro pueblo que se llame igual o algo así... A lo mejor nos hemos equivocado de carretera... A lo
mejor...
—No nos hemos equivocado de nada, hija. No somos nosotras las que
hemos hecho mal las cosas —reconoció ella con cierta amargura.
Hazel sabía que se estaba refiriendo a su padre, que las había
abandonado hacía menos de un mes para irse con una chica poco
mayor que ella misma. Sin embargo, desde su punto de vista, la actitud de su madre al forzarla a mudarse a aquel pueblo de mala muerte era
igual de egoísta que la de su padre. Ninguno de los dos la había tenido
en cuenta a ella.
Obligarla a separarse de todo su mundo, y precisamente a principios
de las vacaciones de verano, el último verano del instituto, esos
últimos meses dorados que podría pasar con Bob, su novio, antes de empezar la universidad, era lo peor que le podían haber hecho. Había
suplicado quedarse en casa de Virginia, su mejor amiga, durante esos
dos meses, pero su madre se había negado. Tenía que haber sido el
mejor momento de su vida, se lo había ganado trabajando mucho, y
ahora...
Al pensar en Bob, una sensación contradictoria, al mismo tiempo cálida
y dolorosa, se instaló en su estómago. Sacó su móvil, esperando
encontrar algún mensaje de ánimo de él o de Virginia: no solo no había
ninguno, sino que se dio cuenta de que allí no había cobertura. Con
cara de pánico, le enseñó el móvil a su madre.
—¿Cómo quieres que sobreviva en este agujero si ni siquiera puedo
hablar con mis amigos? Margaret suspiró, se acercó a su hija y le acarició la cabeza.
—Ya sé que va a ser un cambio duro, pero por ahora no tenemos otra
opción. Yo sola no podía pagar la casa. Aquí podemos vivir gratis y mi
tía...
—¡Margaret! —gritó una voz chillona.
Las dos se dieron la vuelta, sin ver a nadie.
—¡Aquí! ¡En la ventana!
Miraron hacia arriba, y entonces vieron a la tía Violet, que Hazel solo
recordaba vagamente. Los años y la cirugía plástica barata la habían
tratado con crueldad.
—¡Tenéis que subir a verme ahora mismo! ¡Y traedme unos bizcochos
borrachos!
La tía desapareció de la ventana, y Hazel miró a su madre con terror.
Margaret respondió con un gesto firme y una elevación de cejas
cargada de reproche. Entraron en la única tienda que había a la vista,
compraron los bizcochos y subieron a la casa de la tía Violet, que
estaba justo encima del pub del pueblo.
—Aquí es donde voy a trabajar —explicó Margaret en voz baja
mientras subían las escaleras—. Violet se ha encargado de este lugar
ella sola durante casi cuarenta años, pero ya no puede seguir
llevándolo sin ayuda.
La puerta estaba entreabierta, y por la rendija se ...
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