Alienacion
E L C A P I T A L
CAPITULO XXIV
LA LLAMADA ACUMULACION ORIGINARIA
1. EL SECRETO DE LA ACUMULACION ORIGINARIA
Hemos visto cómo se convierte el dinero en capital, cómo sale de éste la plusvalía y de la plusvalía más
capital. Sin embargo, la acumulación de capital presupone la plusvalía; la plusvalía, la producción capitalista, y ésta, la existencia en manos de los productores de mercancías de grandes masas de capital
y fuerza de trabajo. Todo este proceso parece moverse dentro de un círculo vicioso, del que sólo
podemos salir dando por supuesto una acumulación «originaria» anterior a la acumulación capitalista
(«previous accumulation», la denomina Adam Smith), una acumulación que no es fruto del régimen capitalista de producción, sino punto de partida de él.
Esta acumulación originaria viene a desempeñar en la Economía política más o menos el mismo papel
que desempeña en la teología el pecado original. Adán mordió la manzana y con ello el pecado se
extendió a toda la humanidad. Los orígenes de la primitiva acumulación pretenden explicarse relatándolos como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos —se nos dice—, había, de una
parte, una élite trabajadora, inteligente y sobre todo ahorrativa, y de la otra, un tropel de descamisados,
haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más. Es cierto que la leyenda del pecado original
teológico nos dice cómo el hombre fue condenado a ganar el pan con el sudor de su rostro; pero la historia del pecado original económico nos revela por qué hay gente que no necesita [102] sudar para
comer. No importa. Así se explica que mientras los primeros acumulaban riqueza, los segundos
acabaron por no tener ya nada que vender más que su pelleja. De este pecado original arranca la
pobreza de la gran masa que todavía hoy, a pesar de lo mucho que trabaja, no tiene nada que vender más que a sí misma y la riqueza de los pocos, riqueza que no cesa de crecer, aunque ya haga muchísimo
tiempo que sus propietarios han dejado de trabajar. Estas niñerías insustanciales son las que al señor
Thiers, por ejemplo, sirven todavía, con el empaque y la seriedad de un hombre de Estado a los
franceses, en otro tiempo tan ingeniosos, en defensa de la propriété [propiedad]. Pero tan pronto como se plantea el problema de la propiedad, se convierte en un deber sacrosanto abrazar el punto de vista de
la cartilla infantil, como el único que cuadra a todas las edades y a todos los grados de desarrollo.
Sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, el esclavizamiento, el robo y el asesinato, la violencia, en una palabra. Pero en la dulce Economía política ha reinado siempre el idilio.
Las únicas fuentes de riqueza han sido desde el primer momento el derecho y el «trabajo», exceptuando
siempre, naturalmente, «el año en curso». En la realidad, los métodos de la acumulación originaria
fueron cualquier cosa menos idílicos.
Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como no lo son tampoco los medios de producción ni los artículos de consumo. Hay que convertirlos en capital. Y para ello han de concurrir una serie de
circunstancias concretas, que pueden resumirse así: han de enfrentarse y entrar en contacto dos clases
muy diversas de poseedores de mercancías; de una parte, los propietarios de dinero, medios de
producción y artículos de consumo deseosos de explotar la suma de valor de su propiedad mediante la compra de fuerza ajena de trabajo; de otra parte, los obreros libres, vendedores de su propia fuerza de
trabajo y, por tanto, de su trabajo. Obreros libres en el doble sentido de que no figuran directamente
entre los medios de producción, como los esclavos, los siervos, etc., ni cuentan tampoco con medios de ...
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