Aluvion De Fuego

Páginas: 29 (7053 palabras) Publicado: 3 de octubre de 2011
La mina

Acreció la actividad en Espíritu Santo. Por el tren ordinario se vaciaron sobre el asiento minero, atraídos por la demanda de brazos, las multitudes de los sin trabajo; la canchamina ofrecía un aspecto de día de pago. Caras de forasteros, caras nuevas; blancas, lustrosas, las caras delicadas de las gentes de la ciudad; caras ennegrecidas por el viento crudo de la puna; caras de pielamarillosa y sin salud, la piel del minero habituado a respirar el aire confinado de los parajes; caras alegres, sonrientes, ingenuas de los novicios; caras inexpresivas y tímidas de los campesinos indígenas, que han abandonado sus collados; y predominando entre todas, el dibujo precursor de la muerte: las caras de los afectados por el mal de mina.
Pero una novedad legítima, dominaba, esta vez, elconjunto: los mutilados de guerra que venían, también, en busca de trabajo. Cojos, mal afirmados en las torpes muletas; cuerpos sin un brazo, o brazos sin una mano; desgraciados a quienes faltaba un ojo o la nariz o el pabellón de la oreja o una mitad de la cara; mandíbulas con el hueso al aire, sucio ya de tierra y como ahumado. Gestos goyescos de hombres jóvenes incompletos, pero con un resto deenergía exigente en el organismo ultrajado.
¡ Trabajo! ¡Pan! ¡Trabajo!
Las contratas se firmaban sin ceremonia cuando se trataba de hombres normales, como decía Gandarias; pero cuando le tocaba el turno a un mutilado el trámite se modificaba levemente.
Gandarias sometía al postulante a un interrogatorio, mientras lo examinaba con ojo de arriero que elige una bestia en la feria.
—¿ Hastrabajado antes en las minas?
— No, señor.
—¿ Y qué vas a hacer tú con un brazo de menos?
— Cualquier cosa, señor. Aunque sea de chivato.
Gandarias miraba al contador y hacía un gesto.
— Bien. A pallaquear, entonces. Pero ya sabrás que tu jornal es de cincuenta centavos.
— Sí, señor. Gracias, señor.
— Tu nombre.
— Eusebio Pirca, para servirle, señor.
El contador le entregaba una ficha, y hacíauna seña al capataz.
—¡ Otro!
El capataz lo tomaba entonces por su cuenta:
—¿ Eres soltero?
— Sí.
— Sí, señor, para otra vez.
— Sí, señor.
— A formar en esa fila.
Allí estaban reunidos los solteros. Los casados formaban grupo aparte, a cargo de otro capataz.
Cuando se terminó con un buen lote de contratas, los capataces condujeron la gente al campamento. La vivienda de los solteros —elhotel, lo bautizaba la ironía criolla— era un barracón de calaminas situado en la ladera de una de las colinas próximas al ingenio. Afuera colgaban al sol prendas interiores recién lavadas. Asomaron cabezas de hombres malhumorados, ceñudos. Unos perros macilentos ladraron agresivamente a la caravana de recién llegados.
— Bueno; aquí quedan en su casa. Arréglense como puedan —aconsejó el capataz.Los hombres buscaron un sitio en el suelo, y tendieron allí sus jergones; no había catres y algunas tarimas empotradas en uno de los costados del galpón estaban ya ocupadas por los privilegiados que llegaron antes. De los travesaños, pendían pollkos, atados de ropa vieja, sombreros, dos o tres guitarras, ollas de barro tiznadas por el humo. Un bazar de miseria, con ese ambiente grueso y mareante delas sentinas y los porqueros.
Las viviendas para los trabajadores con familia estaban divididas en dependencias angostas como cubiles de topos; unos pocos metros cuadrados donde debían hacinarse seis a ocho personas y que hacía de cocina, de alcoba y a veces de hospital.





Mauricio Santa Cruz discute con el Coto

sobre ser revolucionario

Ciertamente yo no sé quienes estamosdestinados a vivir, después, más humillados: si los que no fuimos a la guerra o los que la provocaron, los petroleros y sus agentes, los políticos, los bebedores de sangre.
Doblaron por el recodo que conducía al cementerio.
—¿ Estuviste donde la Jacinta?
Mauricio farfulló de mala gana:
— Allí estuve.
— Temprano vas donde ella.
— No sólo eso, sino que he pasado allí la noche. ¿Y? ¿Qué hay con...
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