amores que matan

Páginas: 93 (23034 palabras) Publicado: 15 de mayo de 2014
AMORES QUE MATAN
2. Dedicatoria:A Lisandro, el mayor, que sobrevive felizmente a mi amor demadre.Agradecimientos:A María, la del medio, que escuchó y me hizo buenaspreguntas. A Juan, el menor, que me asesoró en mitologíagriega. 2
3. ¡Esa niña es mía! ■Hizo girar furiosamente el mapamundi. ¿Qué derecho teníaesa extraña a irrumpir así en su vida y en la de su papá?Porque eso era, una extraña.Mali, Niger, Chad, Sudán, Zaire,Zambia. Los nombres de los países africanos eran muydifíciles y la prueba de- geografía, mañana. Cluj. ¿Dóndequedaba Cluj? ¿Y a ella qué le importaba? No era eso lo queiban a tomarle. Sus ojos subieron hasta Europa. Clujquedaba en Rumania. Su papá se lo había dicho.Exactamente en la tierra de Drácula, en Transilvania.Próxima a la antigua Yugoslavia que hoy sedesangraba enla más cruel de las guerras. La prueba. ¡La prueba! Camerún.Gabón. Brazzaville. Se los olvidaría. Estaba segura. Su papále había dicho que lo pensara muy bien, que era ella quientenía que decidirlo. Ni un cuatro lograría sacarse. Malasuerte. El mapamundi quedó girando todavía, cuando cerróla puerta de un golpe.Las veredas estaban cubiertas de hojas amarillas. El aire ciéla tarde erafresco. Irina pedaleaba lentamente buscandodespejarse. No entendía lo que le pasaba. Esa rara mezcla derabia, impotencia,ganas de llorar y, al mismo tiempo, curiosidad. ¡Todo por 3
4. culpa de esa extraña! En dos días su vida había cambiadototalmente. Desde la llegada de la carta. «No quiero irme deeste mundo sin haberla conocido», esa línea escrita con unacaligrafía nerviosa y menuda se dibujó en sumemoria.—¿Hubieras preferido que no te dijera nada? —le habíapreguntado su papá.No, claro que no. No se lo habría perdonado. Confiaba en élciegamente. Jamás le había fallado. Era «lo más». La madre lahabía abandonado cuando ella tenía unos pocos meses. Ynunca, nunca hasta la maldita carta, Irina había vuelto asaber de ella.—¿Tomaste una decisión, hija? —la interrogó su papámirándola a los ojos—.Sé que es difícil pero tienes quehacerlo.—¡No quiero ir! —respondió ella, llena de rabia.—Entiendo lo que sientes. Pero no me gustaría que el rencorte haga decidir algo irremediable —dijo él suavemente.—Ha vivido todos estos años sin mí. ¿Por qué quiereconocerme ahora? —insistió al borde del llanto.—Tal vez porque es su última oportunidad. ¿Y tú no tienesacaso preguntas para hacerle? Preguntasque, de otro modo,quedarán para siempre sin respuesta.—Tengo prueba de geografía mañana, papá. Y te aseguro queesas preguntas sí van a quedar sin respuesta —concluyó Irinaincorporándose y dando por terminado el tema.Guinea, Mauritania, Namibia. Ninguno de esos nombres leresultaba tan lejano ni ajeno como Cluj, el lugar donde sumadre agonizaba. Era inútil. No podía concentrarse. Prendióeltelevisor. El noticiero mostraba imágenes de esa guerra 4
5. lejana: niños que abandonaban su casa se despedían,desolados, de sus padres. En la pantalla, una mujer envueltaen una capa avanzó hacia Irina extendiendo la mano.—Irina, Irina —le oyó decir—. No quiero irme de este mundo sinhaberte conocido.Se echó a temblar, aterrorizada. «Éste es el sabor, el sabor delencuentro, por qué dejarlo pasar», eljingle que siguió a lasnoticias le sonó como una broma macabra.—Fue tu imaginación —le dijo su padre cuando le contó losucedido—. Esto te afecta más de lo que puedes darte cuenta.Por eso, y a pesar de la cercanía de Cluj a la zona de guerra,quiero que vayas. Para que los fantasmas no te persigandurante toda la vida.Y luego, abrazándola muy fuerte, agregó:—Además, cuando te vaya a buscar podemosaprovecharpara pasar juntos unos días en París y en Londres.—¡Sí! —gritó Irina llena de entusiasmo—. ¡Eso es lo que másme gusta! Pero tienes que prometerme que no solo vamos avisitar museos. ¡Debe haber una ropa tan linda!—Mujeres, mujeres —dijo Julio suspirando cómicamente.Y padre e hija se quedaron charlando, haciendo planes ysoñando con itinerarios felices.—Madame y Monsieur Vivoida son muy...
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