andreita

Páginas: 12 (2904 palabras) Publicado: 28 de mayo de 2014
Quodlibetum VI1
Sobre la ceguera del animal humano y los modelos
mentales de las cosas:
un breve relato de experiencia personal
entre la política y la academia


Luis Alberto Pacheco Mandujano2
Lima, al inicio del otoño de 2011





“Todos partimos del ‘realismo ingenuo’, es decir, la doctrina de que las cosas son lo que parecen. Creemos que la hierba es verde, que las piedras sonduras y que la nieve es fría. Pero la física nos asegura que el verdor de la hierba, la dureza de las piedras y la frialdad de la nieve no son el verdor, dureza y frialdad que conocemos por nuestra experiencia, sino algo muy distinto.”

Bertrand Russell3






Son varios los recuerdos que aún conservo de la primera etapa de mi niñez –acontecidos durante el último tercio de la década delos años 70 del siglo pasado– y que me han asaltado siempre en la memoria. Fuera de aquellos que se relacionan con hechos estricta y gratamente familiares y propios de la niñez, destaco en este momento –porque para eso escribo este breve quodlibetum– uno en particular que se relaciona con sucesos que despertaron y avivaron en mí la innata capacidad de admiración y sorprendimiento de este mundo quellevamos dentro todos los seres humanos.

Éste, que aún brilla con inusual nitidez en mi memoria, evoca una de mis tantas y sosegadas tardes vividas en casa de mis adorados abuelos paternos (los únicos que tuve, porque los otros habían fallecido muchísimo antes que yo naciera), cuando contaba los cuatro años de edad –y algo más–, mientras jugaba con un extenso tren que yo mismo había construidoconectando, unas tras otras, varias cajas vacías de fósforos, tal como solían hacer los niños de entonces. Llevando este singular juguete en la mano, el que cumplía acciones, unas veces terrestres, y otras aéreas, por el patio de la casa, me detuve delante de un balde de latón que, ya viejo y en desuso, hacía las veces de un macetero que albergaba en él grandes, frondosos y siempre verdes geranios,de esos que abundan característicamente en Huancayo –la tierra que no me vio nacer pero sí crecer–, y en ese momento, observando fijamente esas inolvidables hojas (cuyos frescos y penetrantes aromas recuerdo en este preciso instante, mientras escribo estas líneas, con impresionante detalle), me pregunté si mis abuelos, mis padres y las demás personas, podían ver los mismos colores y las mismasformas que en dichas plantas veía yo; y, más aún, si las cosas serían realmente así como las veíamos.

Evidentemente, no tuve respuesta para mis preguntas de entonces; en todo caso, supuse que éstas debían ser afirmativas. Después de todo, por qué no habría de ser así; al fin y al cabo era hombre, el rey de la creación, tal como me lo había enseñado mi venerada abuelita (a quien nunca pude llamar“abuela” a secas), con sus serenas y pausadas lecturas del libro del Génesis, cuyas narraciones, las que esperaba ansioso y abrigado en cama cada noche antes de dormir, me llevaban a imaginar fantásticas imágenes del momento de la creación del universo, a manos de Dios Todopoderoso.

Repetidas veces pensé, después de ese día, en lo mismo, sin poder encontrar respuesta alguna para las ya dichasinterrogantes, a tal extremo que –puedo afirmarlo ahora– hasta llegué a sufrir de alguna forma por ello. Algo se retorcía en mi vientre. Era la angustia que me hacía sentir un ser minúsculo por no poder aclarar estas dudas y vacíos de conocimiento.

Y los años simplemente pasaron, pero el vacío generado por las cuestiones quedó latente en mí. Sin saberlo, esa espontánea e infantil duda sobre laperfectibilidad de la capacidad humana para conocer el mundo marcó en mí el inicio de lo que sería, a futuro, una constante inquisitorial que coexistió conmigo por muchos años y que me empujó a interesarme más aún por estos asuntos.

La preocupación regresó con fuerza a finales de la secundaria, entre 1988 y 1990, justamente cuando, por intermedio de mi inolvidable profesor de filosofía, el...
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