BRADBURY RAY Remedio Para Melancolicos

Páginas: 12 (2987 palabras) Publicado: 6 de noviembre de 2015
Remedio para melancólicos
Ray Bradbury
-Busquen ustedes unas sanguijuelas, sángrenla -dijo el doctor Gimp.
-Si ya no le queda sangre -se quejó la señora Wilkes-. Oh, doctor, ¿qué mal
aqueja a nuestra Camillia?
-Camillia no se siente bien.
-¿Sí, sí?
El buen doctor frunció el ceño.
-Camillia está decaída.
-¿Qué más, qué más?
-Camillia es la llama trémula de una bujía, y no me equivoco.
-Ah, doctorGimp -protestó el señor Wilkes-. Se despide diciendo lo que
dijimos nosotros cuando usted llegó.
-¡No, más, más! Denle estas píldoras al alba, al mediodía y a la puesta de
sol. ¡Un remedio soberano!
-Condenación. Camillia está harta de remedios soberanos.
-Vamos, vamos. Un chelín y me vuelvo escaleras abajo.
-¡Baje pues, y haga subir al Demonio!
El señor Wilkes puso una moneda en la mano del buendoctor.
El médico, jadeando, aspirando rapé, estornudando, se lanzó a las bulliciosas
calles de Londres, en una húmeda mañana de la primavera de 1762.
El señor y la señora Wilkes se volvieron hacia el lecho donde yacía la dulce
Camillia, pálida, delgada, sí, pero no por eso menos hermosa, de inmensos y
húmedos ojos lilas, la cabellera un río de oro sobre la almohada.
-Oh -Camillia sollozaba casi-.¿Qué será de mí? Desde que llegó la
primavera, tres semanas atrás, soy un fantasma en el espejo: me doy miedo.
Pensar que moriré sin haber cumplido veinte años.
-Niña -dijo la madre-, ¿qué te duele?
-Los brazos, las piernas, el pecho, la cabeza. Cuántos doctores, ¿seis?
Todos me dieron vuelta como una chuleta en un asador. Basta ya. Por Dios,
déjenme morir intacta.
-Qué mal terrible, qué malmisterioso -dijo la madre-. Oh, señor Wilkes,
hagamos algo.
-¿Qué? -preguntó el señor Wilkes, enojado-. ¡Olvídate del médico, el
boticario, el cura, ¡y amén! Me han vaciado el bolsillo. Qué quieres, ¿que corra a la
calle y traiga al barrendero?
-Sí -dijo una voz.
Los tres se volvieron, asombrados.
-¡Cómo!

Pepe Licto

Página 1

Se habían olvidado totalmente de Jamie, el hermano menor de Camillia.Asomado a una ventana distante, se escarbaba los dientes, y contemplaba la llovizna y el bullicio de la ciudad.
-Hace cuatrocientos años -dijo Jamie. con calma se ensayó, y con éxito. No
llamemos al barrendero, no, no. Alcen a Camillia, con cama y todo, llévenla abajo y
déjenla en la calle, junto a la puerta.
-¿Por qué? ¿Para qué?
-En una hora desfilan mil personas por la puerta. -Los ojos lebrincaban a
Jamie mientras contaba.- En un día, pasan veinte mil personas a la carrera,
cojeando o cabalgando. Todos verán a mi hermana enferma, todos le contarán los
dientes, le tirarán de las orejas, y todos, todos, sí, ofrecerán un remedio soberano. Y
uno de esos remedios puede ser el que ella necesita.
-Ah -dijo el señor Wilkes, perplejo.
-Padre --dijo Jamie sin aliento-. ¿Conociste alguna vez a unhombre que no
creyera ser el autor de la Materia Médica? Este ungüento verde para el ardor de
garganta, aquella cataplasma de grasa de buey para la gangrena o la hinchazón.
Pues bien, ¡hay diez mil boticarios que se nos escapan, toda una sabiduría que se
nos pierde!
-Jamie, hijo, eres increíble.
-¡Cállate! -dijo la señora Wilkes-. Ninguna hija mía será puesta en exhibición
en esta ni en ningunacalle. . .
-¡Vamos, mujer! -dijo el señor Wilkes-. Camillia se derrite como un copo de
nieve y dudas en sacarla de este cuarto caldeado. Jamie, ¡levanta la cama!
La señora Wilkes se volvió hacia su hija.
-¿Camillia?
-Me da lo mismo morir a la intemperie -dijo Camillia- donde la brisa fresca me
acariciará los. bucles cuando yo. ..
-¡Tonterías! -dijo el padre-. No te morirás. Jamie, ¡arriba! ¡Ajá! ¡Esoes!
¡Quítate del paso, mujer! Arriba, hijo, ¡más alto!
-Oh -exclamó débilmente Camillia-. Estoy volando, volando...
De pronto, un cielo azul se abrió sobre Londres. La población, sorprendida,
se precipitó a la calle, deseosa de ver, hacer, comprar alguna cosa. Los ciegos
cantaban, los perros bailoteaban, los payasos cabriolaban, los niños dibujaban
rayuelas y se arrojaban pelotas como si fuera...
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