candelaria
Candelaria despertó sobresaltada en su catre de viento, y apartando la sábana que la cubría, se incorporó apoyándose enun codo, con la cabeza oscilante y desvanecida y los ojos medio cubiertos por las mechas desordenadas de sus cabellos negros.
El que en la calle tocaba y cantaba era don Marcelino, el gran trovadoratlántico, dueño de un almacén y hombre de muchos cuartos, que hacía dos meses la enamoraba. Decían las muchachas de la tabaquería que era un baladrón simpático. Grueso y alto, gran tocador deguitarra, que había aprendido por música, no perdía ni una última, ni una taifa, y hasta gozaba fama de buen luchador.
Ella le había resistido hasta entonces, aceptando, sin embargo, sus regalos. Allíestaban todos, guardados en la caja de pinsapo pintada de encarnado, a los pies de la cama. Dos pares de zarcillos, un pañuelo de seda, un sobretodo y cuatro frascos de agua de la Florida.
De pronto laguitarra dejó de sonar. Por las rendijas de la puerta penetró una respiración cálida, anhelosa, y una voz profunda, varonil, pronunció quedamente:
—Candelarilla, oye, asómate a la puerta, que tengo quedecirte una palabra.
Entonces ella comenzó a temblar con ligeros estremecimientos que recorrían todos sus miembros y terminaban en los dedos de sus pies, fríos y descalzos.
Y sentía en el fondo desu garganta un cosquilleo acre, tenaz, irritante, que la obligaba a toser ligeramente.
—Abre, mujer. Una palabrita nada más. Te juro que me marcho enseguidita.
La muchacha continuaba silenciosa,...
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