carta poder

Páginas: 18 (4486 palabras) Publicado: 17 de marzo de 2013
CAPÍTULO 2
ENTRE UN NOTARIO Y UN CONDE
Aun cuando Maracaibo no tenía más de diez mil almas, era entonces una de las ciudades más importantes que los españoles habían levantado en el Golfo de México.
Era, además, un gran fuerte muy bien artillado. Y los primeros aventureros habían erigido en aquellas playas hermosas casas y no pocos palacios.
Cuando el Corsario y sus dos compañeros entraronen Maracaibo, las tabernas estaban aún llenas. Los recién llegados fueron a la plaza de Granada. Ésta ofrecía un aspecto tan lúgubre, que haría temblar al hombre más impasible de la tierra. Quince cadáveres pendían en semicírculo frente al palacio y, sobre ellos, revoloteaban numerosas bandadas de zopilotes, los pájaros encargados del aseo en las ciudades de la América Central.
Una terribleemoción descompuso las facciones del Corsario, quien se alejó de allí a grandes pasos, entrando luego en una posada.
—¡A ver, un vaso de tu mejor jerez, hostelero de los demonios! —gritó Carmaux en vizcaíno, mientras se sentaba con el negro junto al Corsario.
El capitán de filibusteros estaba absorto en tétricos pensamientos. No parecía escuchar la conversación de la taberna, la burla que hacían de losahorcados.
—Cuentan que al Corsario Rojo le han puesto un cigarro entre los dientes —dijo uno.
—Yo quiero ponerle un quitasol en la mano para que se dé sombra —agregó otro.
Carmaux, incapaz de contenerse, cayó encima de la mesa vecina dando un tremendo puñetazo y pidiendo respeto por los muertos. Los cinco bebedores de la mesa, estupefactos, se levantaron de inmediato con sus navajas abiertasy se abalanzaron hacia él. Pero el negro, a una señal del Corsario, lanzó una silla que detuvo a los cinco vascos. El estrépito hizo salir de la habitación contigua a una veintena de bebedores, precedidos por un hombronazo armado de un espadín.
—¿Qué sucede? —preguntó rudamente el hombrote.
—¡Nada que a usted le importe! —repuso Carmaux.
—¡Por todos los infiernos! —gritó el hombre,enrojeciendo! ¿No hay nadie que pueda enviar al señor de Gamara al otro mundo para hacerle compañía al perro del Corsario Rojo?
—¡Tú eres el perro, y tu alma la que acompañará a los ahorcados! —respondió el Corsario, sacando su espada.
—¡Un momento, caballero! ¡Cuando se cruza el hierro, se tiene derecho a saber cuál es el adversario!
—¡Soy más noble que tú!
—Es el nombre lo que quiero.
El Corsario se leacercó y le murmuró al oído algunas palabras. El aventurero lanzó un grito de asombro, mientras el Corsario le atacaba vivamente, obligándole a defenderse. Los bebedores abrieron un amplio círculo para los contendientes. Pero el señor de Gamara no era un espadachín cualquiera: alto, robusto y de pulso firme, podía oponer larga resistencia. El Corsario manejaba su espada con velocidad abismante,saltaba como un jaguar y la cólera le brillaba en los ojos. Pronto, el aventurero se encontró atrapado por un muro, palideció, y la transpiración invadió su frente:
—¡Basta! —gritó.
—¡No! ¡Mi secreto debe morir contigo!
—¡Socorro!¡Es el Cor...!
No pudo concluir: la espada del Corsario le atravesó el pecho, clavándole en la pared. Un chorro de sangre salió de sus labios, y cayó al suelo,quebrando el acero que lo sostenía al muro.
—¡Ése sé ha ido! —dijo Carmaux, burlón.
El Corsario tomó la espada del vencido, cogió el sombrero; tiró un doblón de oro sobre la mesa y salió con sus acompañantes sin que nadie osara detenerlos.
Cuando llegaron a la plaza, reinaba un profundo silencio, interrumpido únicamente por los pájaros que vigilaban las horcas.
Esta vez fue Moko quien inició lasacciones. Astuto como sus serpientes, se deslizó en las sombras para eliminar a dos centinelas del palacio del gobernador.
El Corsario, oculto tras un tronco de palmera, le observaba admirado enfrentarse casi inerme a un hombre bien armado.
—¡El compadre tiene hígados! —dijo Carmaux.
Pronto el negro fue a reunírseles y los tres llegaron al centro de la plaza. En medio de los hombres descalzos...
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