Ciel Bleu

Cuando el cielo era azul

Era una mañana como cualquier otra, el cielo azul resplandecía de tal manera que exaltaba todos sus colores y hacía desear estar cerca del mar contemplando un bello atardecer.
Clemencia se preparaba como todas las mañanas para ir a casa de su abuela que vivía en una granja no muy lejos de allí.Tan sólo vivía en compañía de sus animales y jardines que ella mismacultivaba.Al llegar a casa de su abuela tomó un recipiente lleno de cuido y se dirigió al jardín.Allí se encontraba la vaca Sophia tan imponente y majestuosa como de costumbre.Su abuela le pidió el favor a Clemencia de que la ordeñara ya que ella no se encontraba en ánimos de realizar dicha labor.Sin pensarlo dos veces se acerca al animal y acaricia su pelaje marrón tan tercio y tibio aun en aquellasfriolentas mañanas.Comenzó a ordeñar la vaca cuando de repente un ruido ensordecedor captó su atención.
-¡Toto! -dijo la niña en voz baja-.¡Maldito pajarraco escandaloso!
Toto era un faisán muy particular pues era único en su especie, tenía la capacidad de memorizar y repetir todo lo que escuchara, y cada vez que sentía la presencia de Clemencia comenzaba con su léxico vulgar que aun no se sabíade donde lo había aprendido.Era una lástima verlo allí en su jaula sin poder disfrutar de su libertad, rostro inspiraba impotencia.La pequeña se deleitaba contemplando su colorido plumaje compuesto por los colores primarios y un toque de negro alrededor de su cuello.No pasó mucho tiempo antes de que otro pequeño amiguito se percatase de su olor.
-¡Pepe! -gritó efusivamente Clemencia-.¿Dónde tehabías metido pequeño juguetón?
Lo tomó por las orejas y le dio un beso en su arrugada cara de Bulldog.
-¿Me extrañaste? -preguntó Clemencia-, y agitando su cola lo tomó como un sí.

Varios años habían transcurrido desde aquel momento en el que Clemencia visitó por última vez a su abuela.Ésta esperaba ansiosa la llegada de su nieta mientras observaba un viejo álbum de fotos; un sentimiento denostalgia la invadió, mientras pasaba página tras página recordaba aquellos momentos en los que tan sólo era una niña de la misma edad que su nieta, vestía de blanco, con el cabello recogído y esa pulcritud que reflejaba a primera vista.Se encontraba mirando fijamente hacia el cielo como si estuviese pidiendo algún deseo con sus manos que sujetaban sus piernas.Súbitamente alguien entra sin tocar lapuerta, era Clemencia.De inmediato, la abuela con una sonrisa en la cara tomó el álbum y lo guardó en una despensa de la cocina.
-¡Ha llegado el día mi niña! -replica la abuela mirandola fijamente-.Clemencia un poco sorprendida se detuvo y se sentó en frente de su abuela.Tenía el presentimiento de que algo sucedería aquella mañana.El silencio predominaba en la sala y Clemencia prestaba con sumaatención a lo que fuese a decir su abuela.En ese preciso momento se percató de como los años habían pasado tan rápido, las líneas de expresión se acentuaban en el rostro de la anciana, su cabello blanco y suave como un algodón, sus grandes anteojos que siempre llevaba puestos y su más preciado suéter de lana con su característico olor a canela que incitaba a darle un abrazo cada vez que laveía.Tras detallar minuciosamente a su abuela, Clemencia habló.
-Dime abuela,¿Por qué te noto tan triste y afligida en esta mañana?
-Los años mi pequeña, los recuerdos que pasan por mi mente y los errores que cometí que constantemente perturban mi mente y que me hacen desear no seguir viviendo más.
-¿Por qué dices semejantes barbaridades? Creo que algo te está sucediendo, lo mejor es consultar a unmédico.
-No Clemencia, este dolor sólo podrá remediarlo la muerte.
-¡No hables de esa manera! ¡ ¿Acaso estás pensando en quitarte la vida?!
Clemencia tomó aire y clavó su mirada en el Cristo semidesnudo que colgaba de aquella pared, tan lívido como la piel ajada de su abuela.Volviendo su mirada hacia su vieja que no tardó en pronunciar unas palabras, suspiró.
-¿Sabes algo de Gregorio?...