Crónica

Despedidas
O cómo titular una crónica de muerte sin citar a García Márquez
Amparo Balsas Falaguera

A las seis de la tarde del viernes, Martín Giner abre los ojos por última vez. Su intensamirada azul parece querer despedirse del lugar donde ha pasado sus últimos cincuenta y seis años.
Pasan diecinueve horas. En el pequeño pueblo de Ayrún se respira un aire caliente y enrarecido. Allevantar la vista, millones de diminutas partículas de polvo iluminadas por el Sol hacen del cortejo fúnebre una especie de película antigua; desgastada por los años, descolorida y llena de ruido. Al pasopor la plaza Mayor, los majestuosos edificios barrocos se erigen con una dignidad casi desafiante. Su entereza contrasta con la fragilidad y abatimiento de los pequeños cuerpos vestidos de luto queavanzan por la cuesta camino de la iglesia.
Las campanas tocan a muerto y algunos curiosos se aglomeran en corros a las puertas de los pequeños comercios de la plaza preguntándose en susurros quién esesta vez. Algunos se santiguan repetidamente, otros asienten y gesticulan lo que parece ser un “ya era su hora”, “se veía venir”.
La ceremonia religiosa transcurre con solemne rigor. El pretenciososermón del sacerdote llena de eco la antigua iglesia de Santa Bárbara. Absuelve al difunto de todos sus pecados, resalta sus virtudes y buenas acciones en vida, por pocas que fueran, y resuelto aenviarlo directo a una vida nueva y eterna le da su bendición. Pueden ir en paz, demos gracias a Dios.
A la salida, un nuevo golpe de luz cegadora devuelve a la escena su aire cinematográfico, como si laspalabras pronunciadas dentro de la iglesia sólo hubieran sido parte de un intermedio al que nadie presta demasiada atención.
El cortejo reemprende la marcha. A la izquierda quedan las últimas casasbajas habitadas del pueblo, con sus fachadas de piedra y sus tejados rojizos. A la derecha del camino quedan la vieja acequia de riego y un verde tapiz de viñedos escalonados se extiende hasta donde...