crónicas de un país extraño

Páginas: 9 (2184 palabras) Publicado: 2 de enero de 2014
Crónicas de un país extraño
Por Vicente Alfonso


Me acuerdo, no me acuerdo. ¿Qué año era aquél? Ya había videojuegos pero no Internet, los Enanitos Verdes cantaban La muralla, los electrodomésticos y las golosinas gringas circulaban sólo en el mercado negro. Eran los tiempos de la guerra fría. En los puestos de periódicos, por quince pesos, se conseguían versiones ilustradas de novelasmexicanas: Balún Canán, La muerte de Artemio Cruz, El agua envenenada. Ejemplares de bolsillo, papel revolución. Mi padre las compraba, y yo las leía como leía las tiras de Mafalda, como los cuentos ilustrados de Edgar Allan Poe (en la rústica versión de editorial Novaro). Leer y ver eran casi lo mismo: vi a los chamulas alzarse en Comitán, vi agonizar a Artemio Cruz, vi todo el horror contenido enEl barril de amontillado.
Y vi a Mariana. Porque mi favorito en esa colección de Novelas Mexicanas Ilustradas siempre fue el número cincuenta y tres: Las batallas en el desierto. Quizá porque el protagonista era un niño como yo, o debido al irresistible perfil Mariana, coqueta, tentadora en blanco y negro, o porque mi naciente morbo podía practicar allí su mordida en un mundo de adultos. No losé. El caso es que desde aquel verano en que mi padre la llevó a la casa leí y releí Las batallas en el desierto hasta aprenderme muchas frases de memoria, frases que dejé de evocar por culpa de otras que me imponía la escuela. Y de esas frases escolares hoy no quiero o no puedo acordarme.
De Las batallas en el desierto sí me acuerdo, claro que me acuerdo. Mariana, Carlos, Jim, Rosales. Un mundomuy parecido al mío, en la medida en que pueden parecerse la capitalina colonia Roma de los años cuarenta y el desértico Torreón de inicios de los ochenta. Me acuerdo de mi abuela regañándome por leer “esas vulgaridades”, tentándome con los tomos verdes, empolvados, de El tesoro de la juventud, diciendo: “tenga para que se entretenga” (juro que así decía). Y me acuerdo de cómo, a la hora de jugar,me subía a una higuera a leer a Mariana. A verla, por supuesto.

¿Qué provocó que niños como Carlos, como yo, convirtiéramos a Mariana en nuestra primera fuente de deseo? ¿Qué causó que volviera a Las batallas una y otra vez? No coincido con los críticos que han visto en la nostalgia el motor que impulsa las historias de José Emilio Pacheco. La nostalgia, según el Diccionario de la Real Academiade la Lengua, es la “pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos”, o una “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”.
No hay felicidades disipadas en la obra de Pacheco: sus historias son viajes al pasado, pero al horror del pasado. Al narrar, los personajes no añoran tiempos diluidos, antes bien tratan de exorcizar los fantasmas que aún quedan deentonces. “Si, en opinión de mi mamá, esta que vivo es la etapa más feliz de la vida, cómo estarán las otras, carajo”, concluye Jorge, el desencantado protagonista de El principio del placer (p. 55). Aún más claro es Carlos, el personaje que cuenta Las batallas en el desierto: “Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quiénpuede tener nostalgia.” (p. 68).
¿Si no hay nostalgia, qué hay en la obra de Pacheco? La violenta belleza del despertar al mundo adulto. Los personajes-niño (Carlos en Las batallas en el desierto, Jorge en El principio del placer, muchos protagonistas de El viento distante) son tildados de menores precoces y curiosos, pero ¿qué niño no lo es? Yo, al menos, lo fui. Y por la obra de Pacheco hiceconciencia de realidades como la corrupción, el despertar sexual, la literatura, el desafío ante la figura paterna. Éstos y otros temas son constantes en la narrativa de Pacheco. La guerra y el holocausto, columna vertebral de Morirás lejos, aparecen como un fantasma en las conversaciones, en el salón de clases, en los recuerdos mal asimilados de los personajes. Y al mismo tiempo, un México que...
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