Cr Nicas De Un Imperio En Llamas Ganador
X.A.M
Categoría 1
Crónicas de un imperio en llamas
“Barcos, barcos vimos venir”
Como la vida misma, cual una estrella fugaz, un suspiro en nuestro tiempo, así
fueron, así se van.
Fueron el imperio más grande que América conoció, aún hoy se ignora su
origen… levantaron ciudades y mercados de tal majestuosidad que el mismísimo Hernán Cortés mencionó:
“¡Viendo como estaban resueltos a morir sin rendirse como nunca hizo raza de
hombres! no supe por cuales medios…
¿Cómo salvarnos nosotros?... evitar destruirles a ellos y a su ciudad… una de
las más hermosas del mundo…”
Desde las costas del vasto océano de nuestra amada tierra bendecida por el
todopoderoso Quetzalcoatl, observamos perplejos como esas bestias de madera y tela,
utilizando el viento divino que Tezcatlipoca proveía a sus servidores para su provecho,
se avecinaban.
Pero con esas fuertes correntadas marinas no solo se avecinaban barcos, sino
que la oscuridad misma asomaba su temible cabeza por entre las aguas cristalinas,
dejando ver su horrible cara, y predicando la muerte en el pueblo Azteca.
Los rumores que corrían por la capital del imperio de América parecían ser
ciertas. Los semidioses habían llegado desde su hogar, del otro lado del gran agua, y
con ellos traían armas mágicas capaces de dar muerte a sus enemigos sin ni siquiera
tocarlos.
La pregunta que ahora los ciudadanos de Tenochtitlán se hacían era: que hará el gran Moctezuma al respecto?
De momento, el gran emperador no hizo pública su opinión sobre el asunto,
cosa que impacientó a los ciudadanos y creaba pánico entre los aztecas, ya que la
perdición venía disfrazada de rojo y amarillo.
“Desde las alturas”
Tonatiuh los contó. once barcos eran. once naves que en su interior traían la
perdición de un imperio milenario. Un imperio que supo prevalecer por su devoción
hacia su creador, proclamandose los hijos del sol, por su intelecto, y por su capacidad
guerrera que no sólo aseguraba su existencia, sino que potenciaba su extensión por
toda la tierra de la actual México.
Un pie y después el otro, con una seguridad insondable y una cara inexpresiva, así dio su primer paso en tierra azteca el temido Hernán Cortés, el conquistador.
Tonatiuh miraba asustado desde su palmera como los españoles traían desde
sus embarcaciones unos tubos metálicos con ruedas, seguidos de esferas negras
enormes. Luego un humano de baja estatura pasaba corriendo con unos palos largos
en su interior que parecían las lanzas que los guerreros imperiales afilan día y noche,
apoyados sobre las columnas del palacio de Moctezuma, simulando hacer guardia,
pero solo que estas tenían una punta demasiado fina como para poder afilarse, y un
hoyo en su extremo donde podría haber cabido cualquiera de sus cuatro pulgares.
El día le cedió su lugar a la noche, dejando un hermoso atardecer en el medio,
pero a los recién llegados esto pareció no importarles, ya que seguían trayendo
aparatos cada vez más extraños y desconocidos. El pequeño lémur miraba con cada
vez menos atención, hasta que las escenas le empezaron a sonar familiares y
repetitivas, por lo que se digno de pelar una banana que silenciosamente arrancó de su palmera y se echó a dormir, soñando con la pequeña a la que alguna vez perteneció.
“Tierra firme”
Metzli esa mañana se encontró con una ciudad alborotada, llena de incógnitas y
carente de respuestas. Quienes eran los recién llegados? Que querían? De donde
provenían?
El gran Moctezuma había decretado el día anterior que todos debían tratar con
respeto y rendirle culto a ...
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