cualquier cosa

Páginas: 107 (26742 palabras) Publicado: 21 de agosto de 2013
Se le había escapado Darma; pero el traje azul que vestía la
joven volvió a aparecer a poca distancia de ambos.
El portugués, que era un admirable nadador se puso en un
par de brazadas al lado de la muchacha, llegando a tiempo de
agarrar el vestido.
–¡Sir, ayúdeme usted! –repitió con voz ahogada.
El capitán parecía que había recobrado de golpe todas sus
fuerzas en aquel instante supremo.Mientras con la mano izquierda apretaba el salvavidas, con
el brazo derecho suspendió a la joven por el cuello y le levantó
la cabeza.
–¡Señorita, agárrese usted bien! ¡Estamos aquí el señor Yáñez
y yo! ¡La salvaremos!
Al sentirse cogida y suspendida, Darma abrió los ojos. Estaba
tan pálida como un lirio y su mirada expresaba un terror profundo.
Al ver el salvavidas, que el anglo–indioempujaba hacia ella,
se agarró a él con una energía colosal.
–¡Usted, sir!... –balbuceó.
–¡Y yo también, Darma! –dijo Yáñez–. ¡No te sueltes! ¡Nos
embiste otra ola!
–¡Una cuerda! –gritó el capitán–. ¡Ate usted el salvavidas!
–Mi cinturón! –contestó el portugués–. ¡Usted! ¡Tómelo usted!
¡Cuidado!... ¡La ola!...
El anglo–indio ató con rapidez verdaderamente maravillosa
los dos anillos decorcho. Apenas había hecho el nudo, cuando
se les echó encima una ola gigantesca.
Instintivamente los dos hombres apretaron contra sí a la
muchacha, sosteniéndola con un brazo.
Se sintieron arrebatados, después lanzados a lo alto entre
torbellinos de espuma que los cegaban y, por último, precipitados
en una sima espantosa que parecía no tener fondo.
–¡Señor Yáñez!... ¡Sir Moreland! –gritó lajoven–. ¿A dónde
descendemos?
–¡Animo, señorita! –respondió el capitán–. ¡No está lejos la
tierra y las olas nos empujan! ¡Ya vuelve a elevarnos otra ola!
–El islote se halla frente a nosotros y a menos de quinientos
metros –dijo Yáñez–. Sir Moreland, ¿podrá usted resistir?
–Así lo espero –respondió el capitán.
– ¿Y la herida?
–¡No se preocupe usted de ella! Está bien fajada y casi cerrada.¡Otra ola!
Otra ola, en efecto, los cogió por debajo, los levantó casi
hasta tocar las nubes, y volvió a precipitarlos con vertiginosa
rapidez.
–¡Dios mío, qué golpes! –dijo Darma.
–¡No deje usted el salvavidas! –dijo el capitán–. ¡Nuestra
salvación está en estos anillos de corcho!
–¿Se ve todavía el Rey de Mar?
–Ha desaparecido, empujado por el huracán –contestó
Yáñez–. Pero no tengascuidado: Sandokan y Tremal–Naik no
han de abandonarnos. ¡Aquí está el escollo! ¿No iremos a parar
contra las rocas? Sir Moreland, no se deje usted arrastrar.
El capitán no contestó. Miraba hacia el enorme escollo, cuya
cumbre aparecía cubierta de nubes tempestuosas.
De pronto lanzó un gritó de alegría.
–¡La calma, el aceite! –exclamó–. ¡Brahma nos protege!
¿Se había vuelto loco el anglo–indio?No; sir Moreland había
visto bien.
Delante de ellos se calmaban las olas repentinamente.
Durante el embarque de carbón, Sandokan había mandado
derramar en derredor del buque algunos barriles de aceite para
tranquilizar las aguas y que pudiesen abordar las chalupas cargadas
de combustible.
Aquella materia oleosa, empujada por alguna corriente, se
© Pehuén Editores, 2001 ) 14 (
EMILIOSALGARI EL REY DEL MAR
había acumulado delante del terrible escollo formando una zona
brillante de varios kilómetros de longitud y de algunos cables de
anchura.
Bien conocida es la propiedad milagrosa que tienen sus materias
grasas para apaciguar las olas enfurecidas. Con algunos
barriles hay a menudo suficiente para obtener una calma relativa
en derredor del barco, pues el aceite tiende aextenderse mucho.
El derramado por la tripulación del Rey del Mar en aquellas catorce
o quince horas fue bastante para establecer cierta tranquilidad
entre las tres islas.
–¡Sí, el aceite! Contesta Yáñez–. ¡Otra ola y llegaremos a la
zona pacífica!
Una nueva ola llegaba con gran fuerza. Tenía una altura de
quince metros por lo menos y su cresta estaba llena de espuma.
Su longitud alcanzaba...
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