Cuento Clásico "La Mano" De Guy De Maupassant

Páginas: 9 (2058 palabras) Publicado: 10 de marzo de 2013
LA MANO-Guy de Maupassant.
Todos estaban alrededor del Sr. Bermutier, juez de instrucción, que daba su opinión sobre el misterioso suceso de Saint-Cloud. Desde hacía un mes, aquel inexplicable crimen conmovía a París. Nadie entendía nada del asunto. El Sr. Bermutier, de pie y de espaldas a la chimenea, hablaba, citaba pruebas, discutía las distintas opiniones, pero no llegaba a ningunaconclusión.
Varias de las mujeres se habían levantado para acercarse y permanecían de pie, con los ojos fijos en la boca sin bigotes del magistrado, de donde salían las difíciles palabras. Se estremecían, vibraban por una curiosidad llena de temor arrastradas por un anhelante e insaciable apetito de espanto que atormentaba su alma; las torturaba como el hambre.
Una de ellas, más pálida que las demás, dijodurante un silencio:
—Es horrible. Esto roza lo sobrenatural. Nunca se sabrá nada.
El magistrado se dio la vuelta hacia ella:
—Sí, Madam, es probable que no se sepa nunca nada. En cuanto a la palabra sobrenatural que acaba de emplear, no tiene nada que ver en el asunto. Estamos ante un crimen concebido con mucha inteligencia y ejecutado con suma destreza; tan bien empaquetado con misterio queno podemos apartarlo de las impenetrables circunstancias que lo rodean. Pero yo, años ha, tuve a mi cargo un suceso donde de verdad parecía haber algo fantástico. Sin embargo, tuvimos que abandonarlo por falta de medios para esclarecerlo.
Algunas mujeres hablaron al mismo tiempo, y tan deprisa que sus voces fueron una.
—¡Oh! Por favor, cuéntenos.
El Sr. Bermutier sonrió con compostura, comodebe sonreír un juez de instrucción y habló:
—Por lo menos, deseo que no crean, ni por un instante, que he podido suponer que había algo sobrehumano en ese suceso. Sólo creo en las causas naturales. Pero sería mucho más adecuado que, en vez de emplear la palabra sobrenatural para expresar lo que no conocemos, utilizáramos simplemente la palabra inexplicable. De todos modos, en lo que voy a contarlesfueron, por encima de todas las demás, las circunstancias circundantes, las preparatorias, las que me turbaron. En fin, éstos son los hechos:
«...»
Era yo entonces juez de instrucción en Ajaccio, una pequeña ciudad corsa que crece al borde de un maravilloso golfo rodeado por altas montañas.
Los hechos que me ocupaban con mayor frecuencia eran los de vendetta. Los había soberbios, en extremodramáticos, feroces o heroicos. En ellos encontrábamos los temas de venganza más bellos con que se pueda soñar: odios seculares apaciguados un momento pero nunca apagados, astucias abominables, asesinatos convertidos en matanzas y casi en acciones gloriosas. Desde hacía dos años no oía hablar de otra cosa que del "precio de la sangre", ese terrible prejuicio corso que obliga a vengar cualquierinjuria en la misma carne de la persona que la ha cometido, o de sus descendientes y allegados. Me había tocado intervenir por ancianos, hijos o primos, todos degollados; ya tenía mi propia cabeza llena de aquellas historias.
Ahora bien, un día supe que un inglés acababa de alquilar por una cantidad de años un pequeño chalet que se levantaba en el fondo del golfo. Había traído con él a un criadofrancés, contratado al pasar por Marsella. Pronto todo el mundo se interesó por aquel singular personaje que vivía solo en su casa, y que no salía sino para cazar y pescar. No hablaba con nadie, no iba nunca a la ciudad, y cada mañana pasaba una o dos horas disparando con una pistola y una carabina.
Obviamente, se crearon leyendas en torno a él. Al principio imaginaron que era un alto personaje lejosde su patria por motivos políticos; luego afirmaron que se escondía por haber cometido un espantoso crimen; incluso se citaban circunstancias particularmente horribles.
Quise, en mi calidad de juez de instrucción, obtener alguna información fidedigna sobre aquel hombre, pero me fue imposible. Se hacía llamar Sir John Rowell.
Me conformé, entonces, con vigilarlo de cerca; pero, la verdad sea...
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