Cuento La Flia. De La Soga

Páginas: 10 (2306 palabras) Publicado: 5 de agosto de 2011
La familia Delasoga

La familia de la soga era unida o por lo menos, muy atada.
Juan Delasoga y María Delasoga se habían atado un día de primavera con una soguita blanca, larga flexible, elástica y resistente. Y desde ese día no se habían vuelto a separar.
Lo mismo había pasado con Juancho y con Marita, los hijos de Juan y María. En cuanto nacieron, los ataron. Con toda suavidad, pero connudos.
No es tan difícil de entender si uno lo piensa.
Marita, por ejemplo, estaba atada a su mamá, a su papá y a su hermano: en total tres soguitas blancas anudadas a la cintura. Y lo mismo pasaba con Juancho. Y con Juan. Y con María.
Claro que no era fácil acomodar tanta soga; había peligro de galletas, de sacudidas, de tropezones, pero con el tiempo se habían ido acostumbrado a moverse siemprecon prudencia y no alejarse nunca demasiado.
Por ejemplo, cuando se sentaban a la mesa era más o menos así.
Y cuando se acostaban a dormir.
Y cuando salían a pasear los domingos por la mañana.
Los Delasoga eran expertos en ataduras. La soga con que se ataban no era una soga así no más, de morondanga, era una esplendida soga, elástica y extensible.
Así que cuando Juancho y Marita iban a laescuela, que quedaba a la vuelta, María podía quedarse en su casa haciendo la comida, casi como si tal cosa, salvo que la cintura le molestaba un poco porque la soguita estaba tensa… y tiraba.
Lo mismo pasaba cuando Juan iba al taller que, por suerte, quedaba al lado.
A la hora de la leche no era raro ver a María, a Marita y a Juancho mirando la televisión mientras tres sogas los tironeaban unpoco hacia la calle, porque el papa todavía no había vuelto.
De un modo o de otro, los Delasoga se las arreglaban.
Aunque, claro, había cosas que no podían hacer. Por ejemplo: Juancho nunca había podido salir a dar una vuelta a la manzana con sus patines.
Y eso era bastante grave porque Juancho tenía un par de patines relucientes con rueditas amarillas.
Pero ¿Qué soga podía aguantar una vuelta ala manzana en dos patines?
A María le hubiese gustado ir a visitar a su amiga Encarnación, la de Barracas. Pero ¡que esperanza! No se había inventado todavía una soga tan resistente. Eso a María le daba un poco de pena porque era lindo charlar con Encarnación de tantas cosas.
Y Juan también. A Juan le hubiera encantado ir a la cancha a cantar a lo loco un gol de Ferro. Pero no; no podía: la sogano daba para tanto. Y eso a Juan, muy en secreto, le daba un poco de rabia.
Y Marita, para no ser menos, también tenía sus ganas: ganas de pasear solita hasta el quiosco. Sola, no ahí estaban las sogas, las tres soguitas blancas, flexibles y resistentes.
Y así siempre, por años. Cuando una soga se ponía vieja, deshilachada y roñosa, la cambiaban por otra nueva, blanca y flamante.
Los Delasogaya habían gastado más de quince rollos de soga de la buena, y habrían gastado muchísimos rollos más de no haber sido por la tijera brillante…
Bueno, en realidad la tijera brillante siempre había estado allí, en el costurero, hundida entre botones y carreteles. Pero nunca había brillado tanto como esa tarde. En una de esas porque era una tarde de sol brillante como una tijera.
Los Delasogaestaban, como siempre, atados.
María cosía un pantalón gris y aburrido.
Marita miraba como María cosía. Juancho miraba como miraba Marita a María, que cosía.
Juan miraba a Juancho mirar a Marita, que miraba a María, que cosía.
Y la tijera brillaba.
Cada tanto María la agarraba y – tris tras- cortaba la tela.
Y, mientras cosía, miraba las soguitas enruladas en montoncitos blancos sobre el piso.
Enrealidad María nunca había pensado mucho en las sogas. Ahora, de pronto, las miraba mejor, las miraba fijo, y se daba cuenta de que les tenía rabia.

Entonces sucedió, por fin, lo que tenía que suceder de una vez por todas. María agarró la tijera y -tris tras- no cortó el pantalón gris; corto la soga.
Una soga cualquiera, la que tenía más cerca. Y después otra soga. La tercera y la cuarta la...
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