Cuentos

Páginas: 45 (11046 palabras) Publicado: 23 de octubre de 2012
ANTOLOGIA
Cuentos



AUGUSTO ENRIQUEZ SANCHEZ
Luis Mario Jiménez Martínez
Jordan Michel Lugo Jiménez

CUENTOS
LATINOAMERICANOS

Antecedentes
Un rayo de luz, entre tantos como atravesaban el aire y la atmósfera, dio en un pedazo de metal redondo medio oculto entre el polvode la calle. Santiago vio el destello. Caminó unos pasos sobre los diminutos granos de arena que a penas se mantenían unos instantes en el mismo lugar y se agachó. Sus dedos redondos y tostados como el café rodearon el pedazo de metal, lo levantaron del suelo, jugaron con él dándole vueltas y lo guardaron en su bolsillo. En el aire, ante sus ojos, apareció un trompo de colores transparente.Santiago casi pudo notar como el mecate blanco de algodón se enredaba en su dedo índice. Había estado ahorrando para comprar un trompo durante las últimas semanas y ahora la luz del sol le regalaba el último peso que le faltaba. Sonrió y siguió caminando entre el polvo de las calles de su pueblo.
El sol calentaba el negro alquitrán del asfalto y éste abrasaba el aire que sorprendido culebreaba porencima de las calles de la ciudad. Ronald miraba el espejismo en el horizonte que dibujaba el final de la cuesta por dónde subía al taxi que le llevaba al aeropuerto. En ese aire intrépido que se hacía visible ante sus ojos por el calor, Ronald se vio rodeado de gentes de tez morena que le agradecían su esfuerzo y dedicación, su altruismo para con ellos, los pobres desheredados de la tierra, queahorita, y gracias a él tendrían un pozo de agua en su comunidad. Casi pudo sentir sobre su piel las sonrisas blancas, por el contraste de las pieles, de los más pequeños del lugar. Sonrió y siguió cómodamente sentado en el taxi que le llevaba al aeropuerto a través de las calles de la gran urbe.
El cursor, una rayita negra y vertical, parpadeaba sobre el fondo blanco electrónico de la pantalla. Laluz como azulada del monitor iluminaba el rostro de Jamileth. Ya no quedaba nadie en la oficina, solamente el celador escuchando la radio en la pequeña recepción de la casa que servía de sede a la pequeña organización no gubernamental. El lugar dónde Jamileth laboraba y de donde recibía un poco de dólares para sobrevivir con su chigüín de cinco años. Acababa de leer el correo electrónico queconfirmaba la hora de llegada del vuelo que traía al técnico cooperante de la contraparte de su organización en el norte. El nombre de Ronald había aparecido al final del texto, en el centro de la pantalla, firmando el mensaje. El nombre de alguien de quien tenía que inventar el rostro pues no conocía nada de él. Las únicas pistas que tenía eran sus mensajes escritos con un lenguaje que no escapaba delmarco lógico que la relación requería. Jamileth estaba cansada, llevaba muchas horas frente la computadora. Le ardían los ojos. En ese ardor apareció su imagen, se miraba un poco mayor. Junto a ella un hombre le tenía la mano. Estaban sentados, elegantemente vestidos, la marcha triunfal del avance de los egipcios sobre los etíopes de la ópera Aida de Verdi amenizaba el momento. Era la promociónde su hijo. El protector de pantalla oscureció su rostro y la sacó del ensimismamiento. Movió el ratón y la luz de la computadora iluminó tenuemente la sala de nuevo. Jamileth apagó la computadora. Recogió sus cosas. Enllavó el cuartito dónde ella trabajaba y salió a la recepción. Dijo un “que pase buenas noches don Apolinar” y salió. Llegó dónde su mamá para recoger a su hijo y juntos platicandosobre sus cotidianidades se fueron a su casa. Allí nadie les esperaba.
Santiago caminaba con un gran balde de agua sobre la cabeza. Con el antebrazo en posición horizontal y la mano izquierda a la altura de la cabeza se ayudaba a mantener el equilibrio sujetando el fondo del recipiente. Con la mano derecha sujetaba la parte superior del balde. Recordaba el día que habían inaugurado el pozo. A...
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