David Alfaro Siqueiros: El Artista Errante

El artista errante

Por Ana Martínez Quijano


Siqueiros, un “hombre en llamas”, como denominó la prensa estadounidense al temperamental muralista, llegó a fines del mes de mayo de 1933 a la Argentina precedido por el relato de sus hazañas. En su gira sudamericana se proponía pintar murales de carácter político y difundir un arte de agitación y propaganda.
Se llevaba el mundo por delante.Desde los 13 años, cuando se incorporó al Batallón Mamá, un ejército de niños que combatió contra las tropas de Porfirio Díaz, había alternado una belicosa militancia política con su carrera artística.
Cuando desembarcó en nuestras tierras, la Argentina de las vacas, el trigo y el sueño americano de los inmigrantes, ingresaba en la noche de la década infame. A pesar de todo, la ciudad ostentabala elegancia, el espíritu ecléctico y cosmopolita que la diferencia del resto de las metrópolis de Latinoamérica y la caracteriza hasta nuestros días. Durante la breve estadía del muralista, la economía de nuestro país comenzó a derrumbarse como un castillo de naipes; se iniciaba la serie de marasmos en secuencia rápida que se sucederían sin pausa casi hasta el presente.
Siqueiros presenció elentierro del viejo líder radical Hipólito Yrigoyen. "Una multitud como yo no he vuelto ver. Dios, ¡eso sí que era gente en la calle! Yo nunca he visto algo tan impresionante", recordaría el artista en su villa de Cuernavaca, poco antes de su muerte. La muerte del ex presidente, que había sido derrocado en 1930 por el Teniente General José Félix Uriburu, clausuraba definitivamente el períodopromisorio de crecimiento y prosperidad que, silenciadas las guerras internas, se había iniciado a fines del siglo XIX. La decadencia había comenzado varios años antes; antes incluso del golpe de 1930. Pero en el multitudinario acto del 3 de julio evocado por el muralista, no sólo se enterraba al gran líder popular sino además, a la incomparable belle époque argentina.

El gusto argentino

Lasposiciones estéticas de Siqueiros solían ser terminantes y, justamente, el arte que con énfasis particular aconsejaba rechazar, era el mismo que admiraba la burguesía argentina. Antes de su arribo a Buenos Aires, en 1921, había escrito desde Barcelona sus Tres llamamientos de orientación a los pintores y escultores de la nueva generación americana. Este texto contiene instrucciones muy precisasacerca de cuáles son “las influencias perjudiciales” que se deben evitar, porque podrían “envenenar” a nuestros jóvenes. Allí figuran “el arcaísmo funesto de Zuloaga, los “fuegos artificiales” de Anglada Camarassa, los “caramelos escultóricos” de Belliure y, para completar, “ese art nouveau comerciable”. Todos los artistas despreciados por el muralista, uno tras otro, sin excepción, coincidían conaquellos que desde fines del siglo XIX y hasta la crisis de la década del 30, la sociedad criolla había atesorado con especial dedicación y entusiasmo en colecciones y museos.
El mismo año del arribo de Siqueiros, el presidente Agustín P. Justo inauguraba el flamante edificio del Museo Nacional de Bellas Artes, con no pocos fuegos artificiales, caramelos escultóricos y algunos arcaísmos funestos.Los argentinos –muchos, aunque no todos- tuvimos la mirada puesta en Europa, y en el arte y la arquitectura está la prueba. Basta cotejar como ejemplo, el divorcio estilístico de la casa abstracta de Victoria Ocampo y el palacete que el mismo autor, el arquitecto Alejandro Bustillo, construyó enfrente, a pocos pasos de allí, un año más tarde. En su libro Los Porteños, Manucho Mujica Láinez,describe sin ninguna piedad el gusto argentino: "Lo que se usaba, lo que los burgueses compraban para mejorar -o empeorar sus casas- y sus departamentos, invadidos por un oleaje de curvas atroces, por el caracoleante art nouveau. […] eran unos óleos lamidos, dulzones, convencionales, que alternaban, en las residencias más osadas, con ciertas tentativas de impresionismo trasnochado, estridentes u...