De la tierra a la luna

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Ramón Cordero Luis tenía todo calculado con una excelente exactitud. De acuerdo con su organización, saliendo de la escuela podría pasar por los apuntes que había prestado, después iría a casa a comer, un rato de descanso y luego estudiar para el examen de matemáticas.Todo calculado, si no hubiera sido porque en la casa de la compañera no había nadie y tuvo que esperar casi tres cuartos dehora para poder recoger el cuaderno. Caramba, mil veces se había dicho que no debía prestar sus cosas cuando estaba en puerta un examen, pero vaya. Se lo había pedido con tanta coquetería -y también con tanta presión- que nadie podía resistirse. Así las cosas, hubo comida y descanso; pero justo cuando había comenzado a preparar el matemático estudio, llovió y el efecto inmediato fueun apagón que duró por lo menos 3 horas. Por supuesto que ya con el cansancio del día y la preocupación, los resultados fueron bastante modestos. Apenas suficiente para un seis.-¡Todo está en contra mía! -se lamentaba Luis-: ¡no tengo tiempo para nada, porque siempre sucede algo!Más lamentable porque las matemáticas le gustaban, les entendía a la perfección y, por si fuera poco, sabía que habríalogrado la máxima calificación si tan sólo hubiera tenido más tiempo.Bueno, llegó el sábado y podría adelantar con algunas tareas. Acaso el conflicto era cómo organizarse, ya que también habría partido de futbol con los amigos y seguramente visita a la casa de los abuelos."De acuerdo -pensó Luis-: el partido de futbol ya tiene horario y no lo van a cambiar sólo por mí. Jugaré primero y luego veo aqué hora vamos a la casa de la abuela". |

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 Chamba, pues tal parecía que los contratiempos no tenían ninguna formalidad: llegaban cuando les daba la gana. Sí hubo partido y hasta ganaron por varios goles de diferencia; pero cuando llegó a casa, ya lo esperaban para ir a festejar con una comida el cumpleaños del abuelo. Sobra decir que cuando la familia está de fiesta, el tiempo pierdetoda su importancia. Como se habían reunido todos, hasta los que vivían en otras ciudades, el festejo se prolongó hasta bien entrada la noche.Resignadamente Luis pensó que no se había perdido gran cosa. Aún quedaba el domingo y aunque ese día prefería no usarlo en los deberes escolares, había la posibilidad de trabajar rápido y terminar temprano.¿Temprano? ¡Ni en sueños! Aprovechando el viaje y eldía de descanso, la fiesta del día anterior se reanudó, pero ahora en su casa.“¿Cómo trabajar si mis primos están ahí jugando? Lo dejaré para más tarde, cuando todo termine“—pensó Luis.Ni hablar: no quedaron ni tiempo ni ganas como para emprender las tareas. Problema menor, ya que pretendía adelantar; pero como no se pudo, ahora simplemente las haría conforme fueran llegando las fechas deentrega.Vuelta a pensar: “¡El tiempo está en contra mía!”El lunes volvió a llover y nuevamente se quedaron sin corriente eléctrica, el avance fue mínimo. El martes fue día de dentista. Ya lo sabía, pero lo tenía olvidado. ¡Horror! Entre tiempo de transporte, tiempo de espera, tiempo de dentista y tiempo de quejas, se había ido la tarde. ¿Adelanto? Casi ninguno.El miércoles pidió una ampliación para entregarla tarea de Geografía, y por suerte le dieron dos días más; pero el texto que le pidieron para español había caído en la más oscura profundidad de su memoria. Huy: una tarea sin entregar y otras se seguían acumulando.— ¡No puede ser: el tiempo me hace trampa!Ese mismo miércoles se tuvo que desvelar para intentar mantenerse a flote con los trabajos, lo malo es que el jueves no sabía ni cómo sellamaba. Estaba tan cansado que había cabeceado la mayor parte de la clases y en una de ellas hasta se había dormido. Un desastre: por suerte era la primera vez que le ocurría y no habría mayores consecuencias. |

Por la tarde de ese mismo jueves decidió que tomaría una siesta para reponerse un poco y, ya descansado, volvería a trabajar hasta donde le alcanzaran las fuerzas. ¿Siesta breve? ¡Ja!...