Del amor y otros demonios

Páginas: 175 (43598 palabras) Publicado: 28 de julio de 2014
DEL AMOR Y OTROS
DEMONIOS
Gabriel García Márquez

EDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"

Para Carmen Balcells
bañada en lágrimas

Parece que los cabellos han de resucitar
mucho menos que las otras partes del cuerpo
TOMÁS DE AQUINO
De la integridad de los cuerpos resucitados,
(cuestión 80, cap. 5)

El 26 de octubre de 1949 no fue un día de grandes noticias.
El maestro ClementeManuel Zabala, jefe de redacción del diario
donde hacía mis primeras letras de reportero, terminó la reunión
de la mañana con dos o tres sugerencias de rutina. No
encomendó una tarea concreta a ningún redactor. minutos
después se enteró, por teléfono de .que estaban vaciando las
criptas funerarias del antiguo convento de Santa Clara, y me
ordenó sin ilusiones:
«Date una vuelta por allá a verqué se te ocurre».
(El histórico convento de las clarisas, convertido en hospital
desde hacía un siglo, iba a ser vendido para construir en su lugar
un hotel de cinco estrellas. Su preciosa capilla estaba casi a la
intemperie por el derrumbe paulatino del tejado, pero en sus
criptas permanecían enterradas tres generaciones de obispos y
abadesas y otras gentes principales. El primer paso eradesocuparlas, entregar los restos a quienes los reclamaran, y tirar
el saldo en la fosa común, Me sorprendió el primitivismo del
método. Los obreros destapaban las fosas a piocha y azadón,
sacaban los ataúdes podridos que se desbarataban con sólo
moverlos, y separaban los huesos del mazacote de polvo con
jirones de ropa y cabellos marchitos. Cuanto más ilustre era el
muerto más arduo era eltrabajo, porque había que escarbar en
los escombros de los cuerpos y cerner muy fino sus residuos para
rescatar las piedras preciosas y las prendas de orfebrería.
El maestro de obra copiaba los datos de la lápida en un
cuaderno de escolar, ordenaba los huesos en montones
separados, y ponía la hoja con el nombre encima de cada uno
para que no se confundieran. Así que mi primera visión al entraren el templo fue una larga fila de montículos de huesos,
recalentados por el bárbaro sol de octubre que se metía a
chorros por los portillos del techo, y sin más identidad que el
nombre escrito a lápiz en un pedazo de papel. Casi medio siglo
después siento todavía el estupor que me causó aquel testimonio
terrible del paso arrasador de los años.
Allí estaban, entre muchos otros, un virreydel Perú y su
amante secreta; don Toribio de Cáceres y Virtudes, obispo de
esta diócesis; varias abadesas del convento, entre ellas la madre

Josefa Miranda, y el bachiller en artes don Cristóbal de Eraso, que
había consagrado media vida a fabricar los artesonados. Había
una cripta cerrada con la lápida del segundo marqués de
Casalduero, don Ygnacio de Alfaro y Dueñas, pero cuando laabrieron se vio que estaba vacía y sin usar. En cambio los restos
de su marquesa, doña Olalla de Mendoza, estaban con su lápida
propia en la cripta vecina. El maestro de obra no le dio
importancia: era normal que un noble criollo hubiera aderezado
su propia tumba y que lo hubieran sepultado en otra.
En la tercera hornacina del altar mayor, del lado del
Evangelio, allí estaba la noticia. La lápidasaltó en pedazos al
primer golpe de la piocha, y una cabellera viva de un color de
cobre intenso se derramó fuera de la cripta. El maestro de obra
quiso sacarla completa con la ayuda de sus obreros, y cuanto
más tiraban de ella más larga y abundante parecía, hasta que
salieron las últimas hebras todavía prendidas a un cráneo de niña.
En la hornacina no quedó nada más que unos huesecillosmenudos y dispersos, y en la lápida de cantería carcomida por el
salitre sólo era legible un nombre sin apellidos: Sierva María de
Todos los Ángeles. Extendida en el suelo, la cabellera espléndida
medía veintidós metros con once centímetros.
El maestro de obra me explicó sin asombro que el cabello
humano crecía un centímetro por mes hasta después de la
muerte, y veintidós metros le...
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