El Arte De Viajar

Páginas: 207 (51706 palabras) Publicado: 21 de febrero de 2013
ALAIN DE BOTTON









El arte de viajar



PRIMERA PARTE
Salida

Capítulo I Expectativas
Lugares
Hammersmith Barbados


Guías


1.

J. K. Huysmans

No resulta fácil precisar cuándo llegó el invierno. El ocaso fue gradual, como el ingreso de una persona en la vejez, imperceptible de un día para otro, hasta que la estación se hubo instalado como unarealidad implacable. Primero bajaron las temperaturas nocturnas. Luego vinieron los días de lluvia incesante, las ráfagas caóticas de viento atlántico, la humedad, la caída de las hojas y el cambio de hora en los relojes. Seguía habiendo, pese a todo, treguas esporádicas, mañanas de cielo despejado y luminoso en las que se podía salir de casa sin abrigo. Mas se trataba de algo semejante a los falsossíntomas de restablecimiento en un paciente sobre el cual la muerte ya ha dictado sentencia. En diciembre, atrincherada ya la nueva estación, la ciudad se tendía casi a diario bajo la amenaza de un cielo plomizo, como el de los cuadros de Mantegna o Veronés, perfecto trasfondo para la crucifixión de Cristo o para pasarse el día en cama. El parque del barrio se convirtió en una desolada superficie debarro y agua, bañada de noche por la luz anaranjada y veteada de lluvia de las farolas. Una noche, mientras lo cruzaba bajo un aguacero, me vino a la memoria aquel cálido día del verano anterior en el que, tumbado en el suelo, me había descalzado para acariciar la hierba. Recordé la sensación de libertad y expansibilidad que me produjera el contacto directo con la tierra, en aquel verano quederribaba las barreras habituales entre adentro y afuera, y me permitía sentirme tan en casa en medio del mundo como en mi propia habitación. Pero ahora el parque se me antojaba extraño una vez más y la hierba volvía a ser un territorio inhóspito bajo la lluvia incesante. Cualquier sentimiento de tristeza, cualquier sospecha de que la felicidad y la comprensión son metas inalcanzables, parecían contarcon el solícito respaldo de los empapados edificios de ladrillo rojo oscuro y de esos cielos bajos que las farolas de la ciudad teñían de naranja. Semejantes condiciones climáticas, unidas a la serie de acontecimientos acaecidos por aquel entonces —que parecían confirmar la sentencia de Chamfort, según la cual un hombre debería tragarse un sapo cada mañana para tener la certeza de que el día no ledeparará nada más repugnante — conspiraron para volverme extremadamente vulnerable ante la imprevista llegada de un extenso

folleto que, titulado Sol de invierno y repleto de atractivas ilustraciones, vino a caer en mis manos una tarde. Mostraba en portada una hilera de palmeras, muchas de las cuales crecían encorvadas, en una playa cuya arena lindaba con un mar azul turquesa sobre untrasfondo de colinas, que mi imaginación se apresuró a llenar de cascadas y de sombríos parajes, poblados de frutales de dulce aroma en los que refugiarse del calor. Las fotografías me recordaron las pinturas de Tahití que William Hodges se había traído de su viaje con el capitán Cook, en las que se mostraba una laguna tropical bañada por la suave luz del atardecer, donde muchachas indígenas sonrientes sesolazaban, descalzas y despreocupadas, en medio de un exuberante follaje. Imágenes que habían suscitado admiración y anhelo la primera vez que Hodges las exhibió en la Real Academia de Londres, durante el riguroso invierno de 1776, y que continuaron sirviendo de modelo para descripciones posteriores de idilios tropicales, incluidas las que ilustraban las páginas de Sol de invierno.Lamentablemente, los responsables del folleto habían intuido lo fácil que resultaba que sus lectores se convirtieran en víctimas de los fotógrafos, cuyo poder suponía un insulto para la inteligencia y contravenía toda noción de libre albedrío: fotografías sobreexpuestas de palmeras, cielos despejados y playas blancas. Al contacto con estos elementos, los lectores que, en otras facetas de su vida, habrían...
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