el extranjero

Soy extranjero, pero no de esos que aparecen en las obras de ciencia ficción. El mes pasado expiró mi visa y desde entonces he estado sacándole el cuerpo a la policía.

—Tranquilo —me dice Javier—. Eso se puede arreglar.

—¿Como así?

—Estás en Colombia.

En la calle brillan luces rojas, verdes y azules en las palmeras, y la música navideña aturde. Aquí todo es diferente: la Navidad enpleno verano, el día de los novios en el otoño, el día del trabajo en mayo, las cometas en agosto. Y el Aprils Fools al fin del año. Y ¡oh! sorpresa: lo llaman el Día de los Inocentes. Yo soy uno de ellos.

—Todo país es un país extranjero —dice Javier. Huesudo y medio calvo, de anteojos de marco metálico y voz ronca, antiguo tirabombas molotov en la Nacional, a Javier le fascina hablar enaxiomas. Su gran meta en la vida es poder algún día reducir todo a un puñado de joyas.

—Se llama Ofelia —me dice Javier—. Te ayudará a conseguir los papeles.

—¿Sí crees?

—Seguro, le fascina todo lo chueco. La otra vez le pedí que me hiciera una carta de recomendación, y le dio pereza hacerla. Pero luego cuando le pedí que echara mierda, se animó. 

—¿Quién es?

—Una loquita. Se mantiene conlos de teatro: licor, drogas, un mundo de hombres.

—Ah, eso me tranquiliza.

—Le vas a gustar. Le fascinan los extranjeros.

Me siento en el balcón de mi hotelito, mirando hacia un parque de palos de mangos, leyendo Tierra de fantasmas, de Alejandro Sandoval. Sandoval, prácticamente desconocido en Estados Unidos, fue uno de los principales atractivos para venir yo aquí. Mi meta es algúndía traducir su obra al inglés. Pero primero tengo mucho que aprender sobre este país.

No es que éste sea el mismo lugar surrealista de los libros de Sandoval.

¿O sí?

El mes pasado, lo último en aviones espías de los Estados Unidos se estrelló contra una montaña colombiana; toda la tripulación se mató. Era uno de esos aviones que pueden detectarle a uno el mugre de las uñas desde una alturade 10.000 metros. Pero no pudieron detectar la montaña esa. Dijeron que no la tenían en los mapas.

Otras cosas a las que hay que acostumbrarse: aquí el calendario va, no de domingo a domingo, sino de lunes a lunes. Y a una semana la llaman “ocho días” (a John Lennon le habría gustado). No obstante, dos semanas aquí son quince días.

—Si uno se queda lo suficiente —dice Javier— empieza acogerle el tiro.

Prácticamente soy el único gringo aquí. A veces resulta por ahí algún agente encubierto de la dea o algún vendedor de carros de Memphis que viene a recoger su novia de catálogo. Hace poco resultó por ahí uno que venía de Nebraska a observar los eclipses.

Y hay un tipo andrajoso que veo siempre rebuscando en las canecas de basura. Con sus tenis sin cordones y sus pantalonespescadores, es una de esas combinaciones interesantes en que resulta la genética local —un tipo vaciado a Robert Redford. Tiene pinta de amnésico, de alguien que no tiene ni idea de cómo llegó aquí ni de dónde vino. A veces lo veo temprano por la mañana andando tan de prisa que parecería que se hubiera levantado antes del amanecer. Como si eso le diera cierto margen de ventaja.

—Nadie es profeta ensu tierra —dice Javier.

—Y nadie lo es en la de nadie, tampoco.

Javier dice que está jubilado del amor.

—El amor es para las mujeres y los jóvenes —dice. Tiene cuarenta y un años.

—Antes se me paraba varias veces al día —se lamenta.

Me siento con Javier en el parque al atardecer a tomar Costeñas. Las palmeras susurran con el viento y las mujeres pasan en sus minifaldas. Aquí laminifalda nunca pasa de moda. Uno se siente como si estuviera en los sesenta con Nancy Sinatra.

A medida que pasamos de las Costeñas al aguardiente, Javier sienta cátedra sobre los indios u’wa, sobre Natalia París, sobre las pirañas del Amazonas, sobre la cumbia, sobre las hormigas santandereanas tostadas y sobre los afrodisíacos.

Yo juego con mi trajinado y achacado pasaporte que parece como...