El flaco - Dialogos irreverentes con Néstor Kirchner - José Pablo Feinmann

Páginas: 338 (84362 palabras) Publicado: 15 de abril de 2013
CAPÍTULO I «Yo

no le voy a pegar a nadie»

A ella, su compañera, la conocí antes. Fue en la presentación del libro
de Miguel Bonasso, Diario de un clandestino. Si nos fijamos en el pie de
imprenta será sencillo fijar con cierta proximación la fecha del evento:
noviembre, 2000. Hace siglos. Aún antes había encontrado a Miguel en la
redacción de la revista Tres- puntos. Frente a la Caja,a la espera de cobrar
algunos pocos pesos en una moneda que nada valía, me dijo: «Estoy
terminando un libro. Se llama Diario de un clandestino». Una vez más le
insistí con un viejo reclamo:
—Escribí literatura, Miguel. Tenes talento para eso. Querés hacerlo.
No lo demores más.
Quería intentar una novela en la línea de Alejandro Dumas. Pero ya era
demasiado el tiempo que venía hablando deeso. Y siempre que se sentaba
a escribir le salía un ensayo sobre los 70. Ahora era un Diario. Pero de un
clandestino. Eso le daba color a la cuestión. Un clandestino siempre tiene
algo de aventurero, de prohibido, de tipo con cojones que lucha contra el
poder dictatorial. El que se quedó en su casa, ¿qué atractivo puede ofre cer?
Sólo decirnos que tenía miedo y persistía en una espera pocoatractiva.
Como toda espera. Cuando alguien espera algo no sucede nada hasta que
ya no espera más. Cuando no espera más es porque algo sucedió. Pero ahí
termina la historia. Es la historia de dos eventos. Uno largo, tan largo como
aburrido: la espera. Y el otro, resolutivo. El segundo evento aniquila la
espera. La resuelve. No hay más espera. Y el evento, en sí, no tiene
historia. Sólo seeventualiza para concluir la de la espera. El no-clandestino
era un ser en cuasi arresto domiciliario. Temía que vinieran a buscarlo.

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Pero la ausencia de un motivo determinante (una amenaza o una militancia
seriamente comprometida con la lucha armada) lo paralizaba. Tenía que
irse, pero ¿era para tanto? No había sido más que un perejil. ¿O se
equivocaba? Nadie era un perejil para estosparanoicos asesinos. Y él,
¿había sido un perejil? ¿Y si había sido algo más? No lo sabía, no sabía
nada ni podía saberlo. «Me quedo. Por ahí me salvo». El clandestino no
tenía dudas. Además, para él, la lucha seguía. Su pathos no era la espera.
Era la acción.
—No, esto tengo que publicarlo —me dice Miguel—. Es el manuscrito
de Anáhuac.
El manuscrito es un Diario. Anotaciones dispersas,candentes,
garabateadas entre el vértigo de los hechos de los diez años de su militancia
en Montoneros: «desde el encuadramiento hasta la ruptura» (NOTA:
Miguel Bonasso, Diario de un clandestino, Planeta, Buenos Aires, 2000, p.
17. Recién en 2010, Bonasso publicaría la novela que yo le reclamaba. Me
escribió una dedicatoria. Con una prosa do rasgos ampulosos y firmes,
anotó: «Como podrás ver, tehice caso». No quiero dejar pasar la dedicatoria impresa de Diario de un clandestino. En estos tiempos en que uno
ya no encuentra a casi nadie donde lo había dejado. En que todos cruzan de
vereda. En que la vereda de la derecha se ha transformado en «the sunny
side of the street», según dice esa hermosa canción, tan optimista, tan new
age aunque Sinatra ya la cantara en los años cincuenta,emociona leer la
dedicatoria de Bonasso a su amigo Beto Borro: Porque supo estar donde
esperaba encontrarlo. Las cosas ya no son así. Uno le pregunta a un amigo
por otro: «¿Cómo está? ¿Lo ves?» «Sí». «¿Vive siempre en la misma
casa?» «Mirá, te la hago corta: no lo busques en ninguno de los lugares
donde solías encontrarlo. Cruzó de vereda. Y para siempre»).
La presentación era en el Palais deGlace. Mucha gente. Pibes de
HIJOS. Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Mi amiga Nora Cortiñas. Que
ese día me dijo algo increíble, ignoro por qué, tal vez necesitara decirlo:
«Sos mi hijo predilecto». El panel lo integrábamos Bonasso al medio,

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Cristina a su lado, yo al lado de Cristina, nadie al lado mío. En el otro
extremo un general democrático que había enfrentado a la Junta. Murió...
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