EL GRAN INQUISIDOR

Páginas: 20 (4870 palabras) Publicado: 5 de febrero de 2014
EDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"

EL GRAN INQUISIDOR
FIODOR DOSTOIEVSKI
Han pasado ya quince siglos desde que Cristo dijo: "No tardaré en volver. El día y la hora,
nadie, ni el propio Hijo, las sabe". Tales fueron sus palabras al desparecer, y la Humanidad le
espera siempre con la misma fe, o acaso con fe más ardiente aún que hace quince siglos. Pero
el Diablo no duerme; la duda comienza acorromper a la Humanidad, a deslizarse en la
tradición de los milagros. En el Norte de Germania ha nacido una herejía terrible, que,
precisamente, niega los milagros. Los fieles, sin embargo, creen con más fe en ellos. Se espera
a Cristo, se quiere sufrir y morir como Él... Y he aquí que la Humanidad ha rogado tanto por
espacio de tantos siglos, ha gritado tanto "¡Señor, dignáos,aparecérosnos!", que Él ha querido,
en su misericordia inagotable, bajar a la tierra.
Y he aquí que ha querido mostrarse, al menos un instante, a la multitud desgraciada, al pueblo
sumido en el pecado, pero que le ama con amor de niño. El lugar de la acción es Sevilla; la
época, la de la Inquisición, la de los cotidianos soberbios autos de fe, de terribles heresiarcas,
ad majorem Dei gloriam.
No se tratade la venida prometida para la consumación de los siglos, de la aparición súbita de
Cristo en todo el brillo de su gloria y su divinidad, "como un relámpago que brilla del Ocaso al
Oriente". No, hoy sólo ha querido hacerles a sus hijos una visita, y ha escogido el lugar y la
hora en que llamean las hogueras. Ha vuelto a tomar la forma humana que revistió, hace
quince siglos, por espacio detreinta años.
Aparece entre las cenizas de las hogueras, donde la víspera, el cardenal gran inquisidor, en
presencia del rey, los magnates, los caballeros, los altos dignatarios de la Iglesia, las más
encantadoras damas de la corte, el pueblo en masa, quemó a cien herejes. Cristo avanza hacia
la multitud, callado, modesto, sin tratar de llamar la atención, pero todos le reconocen.
El pueblo,impelido por un irresistible impulso, se agolpa a su paso y le sigue. Él, lento, una
sonrisa de piedad en los labios, continúa avanzando. El amor abrasa su alma; de sus ojos
fluyen la Luz, la Ciencia, la Fuerza, en rayos ardientes, que inflaman de amor a los hombres.
Él les tiende los brazos, les bendice. De Él, de sus ropas, emana una virtud curativa. Un viejo,
ciego de nacimiento, sale a suencuentro y grita: "¡Señor, cúrame para que pueda verte!" Una
escama se desprende de sus ojos, y ve. El pueblo derrama lágrimas de alegría y besa la tierra
que Él pisa. Los niños tiran flores a sus pies y cantan Hosanna, y el pueblo exclama: "¡Es Él!
¡Tiene que ser Él! ¡No puede ser otro que Él!"
Cristo se detiene en el atrio de la catedral. Se oyen lamentos; unos jóvenes llevan en hombros
a unpequeño ataúd blanco, abierto, en el que reposa, sobre flores, el cuerpo de una niña de
diecisiete años, hija de un personaje de la ciudad.
–¡Él resucitará a tu hija! –le grita el pueblo a la desconsolada madre.
El sacerdote que ha salido a recibir el ataúd mira, con asombro, al desconocido y frunce el
ceño.
Pero la madre profiere:

–¡Si eres Tú, resucita a mi hija!
Y se posterna anteÉl. Se detiene el cortejo, los jóvenes dejan el ataúd sobre las losas. Él lo
contempla, compasivo, y de nuevo pronuncia el Talipha kumi (Levántate, muchacha).
La muerta se incorpora, abre los ojos, se sonríe, mira sorprendida en torno suyo, sin soltar el
ramo de rosas blancas que su madre había colocado entre sus manos. El pueblo, lleno de
estupor, clama, llora.
En el mismo momento en que sedetiene el cortejo, aparece en la plaza el cardenal gran
inquisidor. Es un viejo de noventa años, alto, erguido, de una ascética delgadez. En sus ojos
hundidos fulgura una llama que los años no han apagado. Ahora no luce los aparatosos ropajes
de la víspera; el magnífico traje con que asistió a la cremación de los enemigos de la Iglesia ha
sido reemplazado por un tosco hábito de fraile.
Sus...
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