el hombre de hielo
Me
casé
con
un
hombre
de
hielo.
Lo
vi
por
primera
vez
en
un
hotel
para
esquiadores,
que
es
quizá
el
sitio
indicado
para
conocer
a
alguien
así.
El
lobby
estaba
lleno
de
jóvenes
bulliciosos
pero
el hombre
de
hielo
permanecía
sentado
a
solas
en
una
butaca
en
la
esquina
más
alejada
de
la
chimenea,
absorto
en
un
libro.
Pese
a
que
era
cerca
de
mediodía,
la
luz
diáfana
y
fría
de
esa
mañana
de
principios
de
invierno
parecía demorarse
a
su
alrededor.
—Mira,
un
hombre
de
hielo
—susurró
mi
amiga.
En
ese
momento,
sin
embargo,
yo
no
tenía
la
menor
idea
de
lo
que
era
un
hombre
de
hielo.
A
mi
amiga
le
sucedía
lo
mismo:
—Debe
estar
hecho
de
hielo.
Por eso
lo
llaman
así.
—Dijo
esto
con
una
expresión
grave,
como
si
hablara
de
un
fantasma
o
de
alguien
que
padeciera
una
enfermedad
contagiosa.
El
hombre
de
hielo
era
alto
y
aparentemente
joven
pero
en
su
cabello
grueso,
similar
al
alambre,
había
zonas
de
blancura
que
hacían
pensar
en
parches
de
nieve
sin
derretir.
Sus
pómulos
eran
angulosos,
como
piedra
congelada,
y
sus
dedos
estaban
rodeados
por
una
escarcha
que
daba
la
impresión
de
que
nunca
se
fundiría.
Por
lo demás,
no
obstante,
parecía
un
hombre
común
y
corriente.
No
era
lo
que
se
dice
guapo
aunque
uno
notaba
que
podía
ser
muy
atractivo,
dependiendo
del
modo
en
que
se
le
observara.
En
cualquier
caso,
algo
en
él
me
conmovió
hasta
lo más
profundo,
algo
que
sentí
se
localizaba
en
sus
ojos
más
que
en
ninguna
otra
parte.
Silenciosa
y
transparente,
su
mirada
evocaba
las
astillas
de
luz
que
atraviesan
los
carámbanos
en
una
mañana
invernal.
Era
como
el
único
destello
de
vida
en
un
cuerpo
artificial.
Me
quedé
inmóvil
por
un
tiempo,
espiando
al
hombre
de
hielo
a
la
distancia.
No
alzó
la
vista.
Continuó
sentado
sin
inmutarse,
enfrascado
en
su
libro
como
si
no
hubiera
nadie
en
torno
suyo.
*
A
la mañana
siguiente
el
hombre
de
hielo
se
hallaba
otra
vez
en
el
mismo
lugar,
leyendo
un
libro
de
la
misma
manera.
Cuando
fui
al
comedor
para
el
almuerzo,
y
cuando
regresé
de
esquiar
con
mis
amigos
al
atardecer,
aún
estaba
ahí, fijando
la
misma
mirada
en
las
páginas
del
mismo
libro.
Al
día
siguiente
no
hubo
cambios.
Incluso
al
caer
el
sol,
y
1
mientras
la
oscuridad
ganaba
terreno,
permaneció
en
su
butaca
con
la
quietud
de
la
escena
invernal...
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