El hombre que debia adivinarle la edad al diablo

Páginas: 8 (1763 palabras) Publicado: 5 de febrero de 2014
EL HOMBRE QUE DEBIA ADIVINARLE LA EDAD AL DIABLO
ERA UN HOMBRE que estaba en el monte, cerca de una peña, y de pronto se le apareció el Diablo, él mismo en persona, así como es él. El hombre no tuvo miedo porque lo conocía. Una vez lo había visto en un sueño y eran exactamente iguales, cortados con la misma tijera: ni alto ni bajo, el pelo chamuscado, los cuernos puntiagudos, la cola rabona ylas patas de chivo.
—Señor, quiero hacer un pacto con usted —dijo el Diablo, y preguntó—: ¿Qué le parece?
—Vamos a ver de qué se trata —contestó el hombre.
—Se trata de que usted será riquísimo, mucho más rico que el Presidente. ¿Qué le parece?
—Me parece bien, ¿y?
—Tendrá un palacio, carruajes. Lo que quiera. ¿Qué le parece?
—Me parece bien, ¿y?
—Si todo le parece bien, ¿por qué no hacemosun pacto?
— ¿Y cuál es el pacto?
—Usted tendrá lo prometido y mucho más, pero deberá adivinarme la edad en un plazo de veinte años. Si adivina, queda libre y dueño de esa inmensa riqueza, y si no adivina será mi esclavo. ¿Qué le parece? ¿Está de acuerdo?
—Sí, estoy de acuerdo.
El Diablo le entregó un papel y dijo:
—Lea y firme.
— ¿Para qué voy a leer, si no sé? Firmar, sí. Y, con la plumaque le dio el Diablo, firmó. La firma era una espiral que terminaba en un punto.
El Diablo guardó el papel y dijo:
—Dentro de veinte años, justo a la medianoche nos encontraremos aquí, en este peñón.
Yo soy puntual en las citas.
—Yo también —respondió el hombre.
El Diablo lo miró con una mirada filosa y desapareció.

Cuando el hombre llegó a su rancho, el rancho no estaba. En su lugar habíaun palacio todo iluminado y un gentío con uniforme subiendo y bajando escaleras. El hombre tampoco se reconoció. Era otro. En vez de alpargatas tenía botas. También, sin darse cuenta, le habían cambiado el sombrero y el poncho por un sombrero aludo y un poncho listado. Nuevos, flamantes. Le aparecieron de golpe cuatro anillos, dos en cada mano, y de oro.

El personal de servicio estaba vestido depunta en blanco. Los hombres con guantes, zapatos de charol, pantalón gris, una chaqueta azul con alamares y botones dorados. Parecían generales en un día de desfile. Y las mujeres con guantes, zapatos de charol, blusa rosada y pollera negra. El mismo peinado y la misma sonrisa.

Cuando el hombre entró en el palacio, un caballero de barba que parecía el patrón de los uniformados dijo inclinandola cabeza:

—Señor, lo acompañarán a los aposentos.
—Perfecto —contestó el hombre.
—Pero antes deseo saber qué le apetece para el almuerzo.
— ¿Desea saber qué?
—Qué ordeno para su almuerzo.
—Un puchero completo, que no le falte nada.
— ¿Y de postre?
—Queso y dulce. Mantecoso y batata, preferiblemente.
— ¿Y para beber?
—Tinto y soda.

Lo que llamaban "aposentos" era la exageración delo increíble. Una cama donde podía dormir y soñar cómodamente una familia entera. Tenía un acolchado con pinturas de pájaros y flores. Almohadas y almohadones mullidos con bordados y encajes. "Para dormir en esta cama —pensaba el hombre— hay que bañarse todos los días y usar un camisón que esté a la altura de las sábanas". De las paredes colgaban tantos tapices, espejos y cuadros que no alcanzabanlos ojos para verlos. Mesas recién lustradas con incrustaciones de nácar y piedras preciosas. Sillones y sillas del mismo color y sin fundas, como si esperaran visitas de importancia. "Así serán los 'aposentos' de los emperadores y los reyes," pensó el hombre.

Ese día lo pasó de asombro en asombro. Comió un puchero completo con vino y soda y un abundante postre, casi doble ración. Despuésdurmió una larga siesta. Después paseó por el parque. Lo acompañaban unos perros finísimos y tan bien educados que a ninguno se le ocurrió olfatear ni levantar una pata frente al tronco de un árbol. Al contrario. Pasaban muy orgullosos sin mirarlo.

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