El pan de la Serpiente

Páginas: 84 (20766 palabras) Publicado: 7 de mayo de 2013


El pan de la serpiente
Norma Huidobro




© Norma Huidobro, 2009
© Grupo Editorial Norma, 2010
San José 831, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Reservados todos los derechos.
Impreso en la Argentina ~ Printed in Argentina
Primera edición: abril de 2010

Dirección de colección: Matías Maggio Ramírez
Edición: Natalia Méndez y Cecilia Espósito
Diseño de tapa: Ariana Jenik yVerónica Grandjean
CC: 28001981
ISBN: 978-987-545-241-1
A la memoria de Felisa Santa María
y de Juana Echarri, mis abuelas.


Estamos, como nación, empeñados en una contienda de razas en que el indígena lleva sobre sí el tremendo anatema de su desaparición, escrito en nombre de la civilización. Destruyamos, pues, moralmente esa raza, aniquilemos sus resortes y organización política, desaparezca suorden de tribus y si es necesario divídase la familia. Esta raza, quebrada y dispersa, acabará por abrazar la causa de la civilización.
Julio Argentino Roca (1843-1914)
Llegan los indios prisioneros con sus familias a los cuales los trajeron caminando en su mayor parte o en carros, la desesperación, el llanto no cesa, se les quita a las madres sus hijos para en su presencia regalarlos a pesarde los gritos, los alaridos y las súplicas que con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano los hombres indios se tapan la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra el seno al hijo de sus entrañas, el padre indio se cruza por delante para defender a su familia de los avances de la civilización.
La Nación, 21 de enero de 1879
¿Dónde, dóndeestán los criados viejos y fieles que entreví en los primeros años en la casa de mis padres? ¿Dónde aquellos esclavos emancipados que nos trataban como a pequeños príncipes, dónde sus hijos, nacidos hombres libres, criados a nuestro lado, llevando nuestro nombre de familia, compañeros de juego en la infancia, viendo la vida recta por delante, sin más preocupación que servir bien y fielmente? (...) Hoynos sirve un sirviente europeo que nos roba, que se viste mejor que nosotros y que recuerda su calidad de hombre libre apenas se lo mira con rigor.
Miguel Cané, “En la tierra” (1884), en Prosa ligera
1. Vamos, Felisa
—Arriba, niña, que ya ha amanecido. Es hora de llevar la leña, y la mula ya está lista. ¡Que se hace tarde! ¡Arriba he dicho, demonio!
Felisa dio media vuelta en la cama y se tapóla cabeza con la gruesa manta de lana que le había tejido su abuela, pero la voz ronca de su madrastra seguía martillándole la cabeza.
—¡Levántate, Felisa! Las niñas holgazanas como tú no merecen el plato que se les sirve a la mesa.
Quiso gritar, pero ningún sonido salió de su boca. Nada, ni un rezongo. Su madrastra seguía junto a la cama, el brazo en alto pronto al golpe que le dejaría laespalda dolorida todo el día, pero ella no podía gritar, tampoco podía moverse. ¿Qué le pasaba? Sabía que debía levantarse rápido, vestirse a los apurones, bajar a la cocina, tomar un trozo de pan de la mesa y meterlo en el bolsillo de su delantal, luego ir a buscar a la mula y llevar la carga de leña... Pero no podía. Ahí seguía, quieta en su cama, tapada hasta la cabeza con la manta de lana.
—¡Quete muevas, demonio! ¿Te crees princesa, acaso? Ya verás lo que es bueno...
Ahora sí, pensó Felisa, apretando los dientes con furia. Ahora viene el golpe. Y viendo sin ver, vio el brazo en alto de su madrastra, la mano cerrada formando el puño —duro como el pedernal— los ojos entrecerrados, la nariz afilada, la boca estirada semejando una sonrisa, los dientes parejos y finos mordiéndose unos aotros, y sintió sus huesos crujir antes aun de recibir el golpe, y quiso gritar, otra vez, como antes, y tuvo miedo de que no le saliera la voz, como antes. Vamos, Felisa, pensó, levántate. Vamos, Felisa, grita, no te quedes muda esperando el golpe.
—¡No, no, no! ¡No me golpee...! —gritó, al fin, tapándose la cara con los brazos, mientras se incorporaba de un salto en la cama.
—¡Eh, gallega!...
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