El pastor devorado

EL PASTOR DEVORADO
Por ESCRIBIR con fundamento en tramas ficticias, a narradores y dramaturgos se les tiene por contumaces mitómanos. El cargo se agrava cuando, por ejemplo, un Shakespeare toma lasvidas de Julio César, o de Ricardo II, o de varios Enriques, y para infundirles fuerza dramática les agrega circunstancias o lances de su propia invención. Narradores y dramaturgos se defiendenarguyendo que la literatura se nutre de realidades incompartibles o que la fantasía puede, a ratos, representar mejor la realidad que la realidad misma.
Esta defensa no cobija, por desdicha, el mitómanocomún, a aquél que verbalmente –en reuniones informales, en tertulias de café- se siente compelido a decir mentiras, a tratar de persuadirnos de la veracidad de relatos fantásticos cuyo protagonista nosuele ser otro que él. Ni siquiera las ciencias de la conducta han querido romper lanzas a favor de este Shakespeare cotidiano e intrascendente, de este feudario de las mitologías orales, cuyasfantasías a nadie, por lo demás, hacen daño. Salvo, por supuesto, a su desventurado, a su enfermizo inventor.
Todos de niños, conocimos la historia del pastor a quien complacía aterrar a las gentesanunciando la llegada del lobo. Cuando el lobo realmente hizo aparición, nadie quiso creerle. En este caso, la fiera devoró a las ovejas, y el pastor mitómano fue afectado únicamente –me place suponerloasí- por un vitralicio descrédito. A diario vemos, por las calles de las grandes ciudades, pastores análogos cuyo lobo, como en el “Canto de la sibilia “, se llama el fin del mundo. (A finales de la edadmedia, la expresión fin del mundo se vestía con los andrajosos ropajes del Anticristo. Hoy, los informadores de prensa prefieren colgarle galas termonucleares).
El caso de Francisco Lebrel, a quienconocí hace años, podría resultar ilustrativo de una situación, si se quiere, más delicada. Ceñado, algo atlético, al comienzo era un simple mitómano de café, que cándidamente creía engañarnos...