El Rey pricipe de Hierro
De esta forma se inicia el desarrollo de la relación entre los parámetros establecidos por Nicolás Maquiavelo en elcapítulo XXIII y un análisis de Felipe IV “El hermoso”. La pregunta que subyace a este ensayo es, ¿Es la voluntad del Felipe IV, la que se impone ante su consejo y por consiguiente en las decisiones del reino?
El rey Felipe IV a pesar de sus características de hombre despiadado, frio y cruel; tenía establecido su propio consejo real en el cual se discutían los asuntos e intereses del reino. Cada miembrodel consejo tenía su oportunidad de ser escuchado por el rey, pero en definitiva era el rey, amo absoluto de Francia, quien determinaba la ordenanza y las decisiones que en últimas se debían cumplir.
No hay libro sobre moral ni libro de Historia en el que no se censure con dureza la debilidad de los príncipes por la adulación. Se desea, y con razón, que los reyes amen a la verdad; que sus oídosse acostumbren a escucharla. Sólo que, en forma simultánea – y esto es bastante habitual en los seres humanos – también se les exigen cosas algo contradictorias. Se desea que los príncipes sean lo suficientemente ambiciosos como para aspirar a la fama y lanzarse a grandes empresas. Y al mismo tiempo se pretende que sean tan indiferentes como para renunciar a la recompensa por sus esfuerzos. Elmismo motivo que los impulsa a cosechar los aplausos se supone que debería servir para despreciarlos. Esto implica pedir un poco demasiado de un ser humano y ya se le hace un gran honor al príncipe cuando se le exige que sea más estricto consigo mismo que con los demás:
Contemptus virtutis ex contemptu famae
(Virtudes despreciables engendran famas despreciables)
Los príncipes que se handespreocupado de su fama han sido, o bien insensibles, o bien lujuriosos y reblandecidos. Fueron figuras poco consistentes, no estimuladas por ninguna virtud. Es cierto que también hubo crueles tiranos sedientos de fama; sólo que en ellos esto no fue sino una odiosa vanidad, un nuevo vicio. Pretendieron elogios y merecieron desprecios. Para los príncipes inmorales la adulación es un veneno mortal quemultiplica la semilla de su depravación. Para los príncipes meritorios esa misma adulación es como un óxido que le quita brillo a su gloria adhiriéndose a ella. Una persona sabia percibe la adulación como una ofensa y rechaza al adulador.
Existe todavía otra clase de adulación. Es la del sofista de los defectos que atenúa los mismos mediante la oratoria. Esta clase de adulación presta motivos alas pasiones; es la que presenta a la terquedad como justa firmeza; es la que sabe establecer una semejanza tan perfecta entre la magnanimidad y el despilfarro que confunde a cualquiera; es la que esconde todas las perversiones bajo la alfombra del pasatiempo y la diversión; muy en especial, es la que agranda y multiplica los defectos de los demás para construir con ellos un arco de triunfo a losdefectos de su héroe predilecto. La mayoría de las personas tolera esta clase de adulación porque justifica sus gustos y no es del todo falsa. A estas personas les resulta imposible ser severas con quienes las ensalzan adjudicándoles precisamente aquellas virtudes que están convencidas de poseer. La adulación colocada sobre una base tan firme es la más fina de todas. Hay que tener una capacidad...
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