El Tiempo De Milena

Páginas: 13 (3098 palabras) Publicado: 28 de mayo de 2012
El tiempo de Milena
Abelardo Castillo
Claro que, tal como se presentaban las cosas ese atardecer, lo mejor era ir considerando la posibilidad de tomarla en serio, quiero decir que si ella, Milena, amenazaba acostarse con el primer imbécil que se cruzara en su camino, tal vez fuera razonable admitir que, efectivamente, era capaz de hacerlo. ¿O esa que estaba entrando en el hotel Las Brumas, dela calle Acoyte, en compañía de un tipo que debía de llevarle treinta años y que parecía un corredor de seguros que ha tenido un buen día, no era Milena? Por supuesto que era Milena. Podía no serlo, de acuerdo. Su larga pollera floreada, de hindú, su blusa de eso que las mujeres llamaban bambula y sus zapatillas chatas, el collar de varias vueltas y piedras de colores que le caía hasta la cintura,sus cuadernos de la facultad bajo el brazo, su pelo lacio y esa manera de caminar que le daba aquel aire de "mi ombligo es mi brújula", podían pertenecer a unas cincuenta mil chicas argentinas de los años sesenta, pero sólo una había discutido conmigo esa misma tarde en el bar La Comedia, a sólo una yo le había dicho que se hiciera revisar la cabeza con su pediatra, sólo una había amenazado irsea la cama con el primer imbécil que se le cruzara en el camino, a sólo una yo le había dicho que por mí podía acostarse con el Mahatma Gandhi, y sólo una, luego de levantarse de la mesa con un apreciable desparramo de pocillos y vasos, me había dicho desde la puerta:
-¿Viste la casa de los perros?
-Qué casa de qué perros, perdón.
Yo estaba a unos tres metros, sentado todavía a la mesa, tratandode aparentar que aquél era un diálogo amistoso entre dos jóvenes modernos pero civilizados. Eran las tres de la tarde. Unas treinta cabezas se volvieron hacia la puerta del café. Me habían mirado y ahora miraban a Milena. Creí notar en el aire cierta ansiedad por su respuesta.
-Los perros de mármol. La casa que una vez me dijiste que le ibas a escribir un poema de mierda y me lo ibas a dedicar amí.
Estábamos en los años sesenta, ya lo escribí, pero de hecho no podíamos saberlo, o por lo menos yo no lo sabía. Milena, en cambio, sí lo sabía, tal vez era la única en aquel café que ya lo sabía.
-Vi la casa y vi los perros -admití-. Pero no pude haber dicho nada semejante porque nunca digo malas palabras.
Tampoco podía habérselo dicho una vez: sólo la conocía desde la noche anterior.Claro que el tiempo de Milena y el mío no corrían de la misma manera, ni siquiera, quizá, en el mismo sentido. Pero esto lo comprendí del todo muchos años después.
-Viste la casa -dijo Milena-, bueno. Hoy mismo estate por ahí a eso de las siete.
La puerta, súbitamente sin Milena, dio unos bandazos en el vacío como si por ella estuviera entrando o saliendo una fantasmal sucesión de Milenasinvisibles.
Ahora eran las nueve de la noche y Milena, con aquel anacronismo de traje gris, salía del hotel de la calle Acoyte. Milena saliendo de un hotel con un señor vestido de traje, como cuando años después nos enteramos de que Marylin se acostaba con Kennedy. Happy birthday, Mister President, por favor. En la esquina había un quiosco de flores y si estaba por ocurrir lo que efectivamenteocurrió, era para vomitar. El tipo le compró un ramito. Ella le dio un beso en la mejilla y él tomó un taxi. Cuando el automóvil arrancó, Milena le hizo chau con una mano y con la otra amagó tirar las flores a la alcantarilla. Lo pensó mejor y se las devolvió a la florista. Bueno, por lo menos era parcialmente humana.
Vino directamente hacia mí.
-Te lo dije -dijo.
-No te imaginás lo celoso que estoy-dije yo-. ¿Ya te confesó que si no fuera porque la mujer tiene cáncer de próstata se casaba con vos?
Milena me miró, achicando los ojos.
-¿Las mujeres tenemos próstata? -preguntó con desconfianza.
-La de él sí. La mujer de él se llama Osvaldo y es ingeniero agrónomo.
-Ja -dijo Milena.
Después estábamos en la puerta del bar La Paz, y esto, que se escribe fácil, requiere explicar que...
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