El Triungo De La Apatía

Páginas: 5 (1146 palabras) Publicado: 19 de junio de 2012
El triunfo de la Apatía: un viaje a la Asamblea Legislativa. Por Andrés U. Aguilar

Desde temprano en la mañana, el sol brillaba con una potencia inusual, el aire se sentía seco y no había ni una nube en el cielo. La estación seca del país en su apogeo: días calidos y noches frías. Esa mañana recordé que tenía pendiente un viaje a La Asamblea Legislativa, entonces marqué el número. –AsambleaLegislativa, ¿buenos días?- la recepcionista sonaba como si estuviera tratando de hablar por la nariz. ¡Buenas!, ¿hay sesiones a las que pueda asistir hoy?, le dije mientras buscaba un lapicero para apuntar. La recepcionista me dijo que hoy sesionaban a las tres, dándole las gracias colgué el teléfono y dispuse a prepararme.

El viaje de ida, más que regular, tomó rumbos que me llevaron aconocer a Johnny, uno de los vendedores de chicles, flores o lo que pudieran conseguir cerca de los semáforos de la Embajada Estadounidense. Durante una luz roja que parecía no tener fin, se me acercó Johnny a la ventana del carro a ofrecerme un chicle o a pedir una donación si no quería. No bastó con volverlo a ver cuando el hombre decidió gritar desesperadamente que había sido adicto al crack desdeniño y que ha vivido toda su vida en la calle, siguió diciendo que ahora está vendiendo chicles para ganarse la vida honestamente, en ese momento, la luz se puso verde y pude avanzar, le dije al joven que por qué no conseguía un trabajo más estable, como constructor o algo así, a lo que el joven nada más me quitó la mirada, yo nada más avancé, viendo en el retrovisor como se había quedadoinmovilizado, tal vez pensando en lo que dije o quizás pensando en tirarme una piedra la próxima vez que nos topemos.

El trafico típico de la hora en el centro de San José, filas interminables de carros, gente bloqueando los carriles, peatones que se tiran desesperados entre los carros con el único afán de llegar más rápido a la tumba. Un carro pequeño como el mío lleva las de perder en el centro de laciudad, los buses se tiran al carril en que venía casi tratando de sacarme a golpes; los otros carros también tenían instintos de predador, tan ansiosos de buscar la salida de la pesadilla urbana del Centro de San José que no les importa a que pobre bastardo le pasan encima en el intento.

Ya encontrando un parqueo a una distancia razonable de la Asamblea, tomé mi cuaderno de apuntes y me dirigía buscar por donde entrar. Ahí adentro el tipo de seguridad me dijo que para subir a ver la sesión, tenía nada más que enseñarle la cédula, me dijo que sonriera yo tomó una foto. –Cosas de seguridad, asumo- le dije al hombre del puesto, quien arrancó un papel de una pequeña impresora y me lo entregó. “Suerte, Don Andrés” me dijo el encargado.

Doblando en la esquina hacia la derecha, como meindicaron a la entrada, había una escaleras por encima de unos baños públicos, al final de estas estaba una especie de micro auditorio con sillas de plástico gris. Al otro lado de una pared con grandes ventanales estaba la Sala donde sesionan los llamados representantes del pueblo, hombres y mujeres de vocabulario políticamente correcto que con intención de no ofender a nadie, alargan sus discursosincluyendo a los niños y las niñas, los diputados y las diputadas, los presidentes y las presidentas, para que nadie sienta que se olvidaron de ellos. Me quedé viendo a los varios diputados que se paseaban de un lado a otro y lo que hacían. La disputada jefa de la fracción liberacionista masticando chicle, afortunadamente con la boca cerrada, al mismo tiempo que contaba anécdotas a otros dosdiputados, quienes estallaban en carcajadas cada vez que la diputada terminaba de hablar, a lo que ella sonreía con la satisfacción de quienes ejercen poder sobre los demás.

De pronto el silencio se rompió. Un hombre de anteojos, calvo y esencialmente gordo, que por lo que pude entender, era un liberacionista de apellidos Oviedo Blanco, empezó a gritar en el altoparlante, primero desconcertando...
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