el viento en los sauces

Páginas: 225 (56013 palabras) Publicado: 25 de agosto de 2014
EL VIENTO EN LOS SAUCES
KENNETH GRAHAME

Digitalizado por
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CAPÍTULO I
La Orilla del Río
El topo se pasó la mañana trabajando a fondo, haciendo limpieza general de primavera
en su casita. Primero con escobas y luego con plumeros; después, subido en escaleras,
taburetes, peldaños y sillas, con una brocha y un cubo de agua de cal; y así hasta que acabó
con polvoen la garganta y en los ojos, salpicaduras de cal en su negro pelaje, la espalda
dolorida y los brazos molidos. La primavera bullía por encima de él, en el aire, y por debajo
de él, en la tierra, y todo a su alrededor, impregnando su casita humilde y oscura, con su espíritu de sagrado descontento y anhelo. No es de extrañar, pues, que de repente tirase al suelo
la brocha, y dijera: «¡Quélatazo!», y «¡A la porra!», y además: «¡Se acabó la limpieza
general!», y saliese disparado de casa sin acordarse siquiera de ponerse la chaqueta. De allá
arriba algo le llamaba imperiosamente y se dirigió hacia el túnel empinado y pequeño que
hacía las veces del camino empedrado que hay en las viviendas de otros animales que están
más cerca del sol y del aire. Así que rascó, arañó, escarbó y arrebañóy luego volvió a
arrebañar, escarbar, arañar y rascar, sin dejar de mover las patitas al tiempo que se decía:
«Vamos, ¡arriba, arriba!», hasta que al fin, ¡pop!, sacó el hocico a la luz del sol y se encontró
revolcándose por la hierba tibia de una gran pradera.
«¡Qué gusto!», se dijo. «Esto es mejor que enjalbegar!» Le picaba el sol en la piel, brisas
suaves le acariciaban la ardiente frentey, tras el encierro subterráneo en el que había vivido
tanto tiempo, los cantos de los pájaros felices resonaban en su oído embotado casi como un
grito. Haciendo cabriolas, sintiendo la alegría de vivir, gozando de la primavera, olvidándose
de la limpieza general, siguió avanzando por la pradera hasta que llegó al seto que había en el
extremo opuesto.
-¡Alto ahí! -dijo un conejo viejo, queguardaba la entrada-. ¡Seis peniques por el
privilegio de pasar por un camino particular!
En un periquete el impaciente y desdeñoso Topo lo derribó y siguió trotando a lo largo
del seto, chinchando a los demás conejos que salieron a toda prisa de las madrigueras para
enterarse del motivo del alboroto.
-¡Salsa de cebolla! ¡Salsa de cebolla! -les gritó burlonamente, largándose antes de que seles pudiera ocurrir una respuesta totalmente satisfactoria.
Entonces todos se pusieron a refunfuñar:
- ¡Qué tonto eres! ¿Por qué no le dijiste que...?
-¡Vaya! ¿Y por qué no le dijiste tú que...?
-¡Podrías haberle recordado que...!
Y así sucesivamente, como suele acontecer. Pero, por supuesto y como siempre, ya era
demasiado tarde.
Todo parecía demasiado bueno para ser cierto. El Topocaminaba sin cesar, de acá para
allá, por los prados, recorriendo setos y cruzando matorrales para encontrarse por doquier que
los pájaros hacían sus nidos, las flores estaban en capullo y las hojas despuntaban: todo el
mundo era feliz y se desarrollaba, cada uno en su quehacer. Y sin que la incómoda conciencia
le remordiera y le susurrase: «¡A enjalbegar!», sólo se daba cuenta de lo divertido que resultaba sentirse el único bicho ocioso en medio de tanta gente ocupada. Después de todo, lo
mejor de las vacaciones no es tanto el descanso propio como el ver a los demás atareados.
Le parecía que su felicidad era completa cuando, a fuerza de vagar a la ventura, de
repente llegó al borde de un río caudaloso. Nunca en su vida había visto un río, ese animal de
cuerpo entero, reluciente ysinuoso que, en alegre persecución, atrapaba las cosas con un
gorjeo y las volvía a soltar entre risas, para lanzarse de nuevo sobre otros compañeros de
juego, que se liberaban de él y acababan otra vez prisioneros en sus manos. Todo temblaba y
se estremecía: centelleos y destellos y chisporroteos, susurros y remolinos, chácharas y
borboteos. El Topo estaba embrujado, hechizado, fascinado. Iba...
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