Entre La Negación Y La Explotació12 1
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Katsí Yarí Rodríguez Velázquez
Volví a perderme en Buenos Aires. Llegué hace dos meses a esta ciudad y ella y yo aún no hemos
podido hacer las paces. Sin embargo, no niego que esta ciudad tiene su encanto, para mí es el de la inmensidad. Yo, que vengo de Puerto Rico, una pequeña isla del Caribe, en la que el carro es una
necesidad ya que, entre otras razones, no hay ni facilidad ni conciencia peatonal, la posibilidad de
caminar por horas sin ni siquiera tener claro un destino es inigualable. La mejor imagen que encuentro
para explicarlo es la sensación que se tiene al inicio de sentirse enamorado. Esa sensación de fluidez, de estar en tránsito. Dejarse llevar, sin dudas. Hasta que entonces llega el cisma, ese pequeño detalle que
agrieta la confianza. Ese detalle que no importa cuánto se avance en la relación, reaparece en cada
discusión manifestando que no es tan pequeño. En uno de esos días en que transitaba por esta ciudad,
apareció mi cisma.
Iba de camino hacia la Plaza de Mayo, o, por lo menos eso pensaba, hasta que comencé a caer en cuenta de que nuevamente estaba perdida. Entonces, observé lo que me rodeaba. A cuatro pies de
distancia, frente a mí, caminaba un hombre “blanco”, muy alto y rubio, vestido de chaqueta y corbata.
Me impresionó porque aparentaba estar tan perdido como yo. Mientras reparaba en esto, noto frente a nosotros dos, un motorista que nos da la espalda y al quitarse su casco, deja ver un “dread lock” largo y
hermoso. Y recuerdo haber sentido paz al ver su cabello, como si ese “dread lock” tendiera un puente,
entre nosotros, por lo menos así lo sentí. No obstante, al pasar frente a este chico, él se acercó y a muy
poca distancia de mi rostro, en voz muy alta, me dijo: “Vos sabes que sos el sueño de mi vida.” En ese momento, el hombre “blanco” que caminaba frente a mí, voltea para mirarme, se detiene, me deja
pasar, se le acerca al motorista y le dice, también en voz alta: “Es el sueño de todos”. Los oigo reírse,
volteo, y veo cómo sí se tiende un puente entre ellos, se dan la mano y cada uno continúa su camino en
direcciones contrarias. Y recuerdo el dolor, la frustración y la impotencia porque ése es mi cisma. La sensación de estar perdida en una mirada de la que no se escapa. Una mirada que narra la historicidad
de mi cuerpo, que activa tantas expectativas y referencias que no me pertenecen.
Y es que, esa frustración narrada por Fanon, en Piel Negra, Máscaras Blancas, ante la mirada de
la niña que al verle, asustada le expresa a su madre: “Mira, un negro, tengo miedo”, no es otra cosa que la mirada que instaura la distancia ubicándola en el cuerpo. Sin embargo, en los cuerpos de las mujeres
negras esa frustración se revela desde otro sentido, porque a diferencia de la distancia que dispone el
“Tengo miedo”, con el que carga su cuerpo; el cuerpo de una mujer negra carga con la accesibilidad y la
explotación sexual atribuida y fijada a su cuerpo. No pretendo que se entienda al sexismo como privativo de las mujeres negras pero sí es preciso reconocer el que las particularidades que se inscriben
en el sexismo experimentado por nosotras hacen evidente su inseparabilidad del racismo ya que como
bien señala Sueli Carneiro en “Ennegrecer el feminismo” las mujeres negras tuvieron una experiencia
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Este texto fue presentado en la Jornada Interna sobre Feminismo, (Pos)colonialidad y Hegemonía: descolonizando el feminismo occidental desde y en América Latina el 29 de octubre de 2010,
en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, Buenos Aires, Argentina.
histórica diferenciada que el discurso clásico sobre la opresión de la mujer no ha recogido. Así como ...
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