¡Esa niña es mía! - Amores que matan.

Páginas: 18 (4258 palabras) Publicado: 6 de noviembre de 2013
¡Esa niña es mía!

Hizo girar furiosamente el mapamundi. ¿Qué derecho tenía esa extraña de irrumpir así en su vida y en la de su papá? Porque eso era, una extraña. Mali, Níger, Chad, Sudán, Zaire, Zambia. Los nombres de los países africanos eran muy difíciles y la prueba de geografía, mañana. Cluj. ¿Dónde quedaba Cluj? ¿Y a ella qué le importaba? No era eso lo que iban a tomar. Sus ojossubieron hasta Europa. Cluj quedaba en Rumania. Su papá se lo había dicho. Exactamente en la tierra de Drácula, en Transilvania. Próxima a la antigua Yugoslavia que hoy se desangraba en la más cruel de las guerras. La prueba. ¡La prueba! Camerún. Gabón. Brazzaville. Se los olvidaría. Estaba segura. Su papá le había dicho que lo pensara muy bien, que era ella quien tenía que decidirlo. Ni un cuatrolograría sacarse. Mala suerte. El mapamundi quedó girando todavía, cuando cerró la puerta de un golpe.
Las veredas estaban cubiertas de hojas amarillas. El aire cié la tarde era fresco. Irina pedaleaba lentamente buscando despejarse. No entendía lo que le pasaba. Esa rara mezcla de rabia, impotencia, ganas de llorar y, al mismo tiempo, curiosidad. ¡Todo por culpa de esa extraña! En dos días su vidahabía cambiado totalmente. Desde la llegada de la carta. «No quiero irme de este mundo sin haberla conocido», esa línea escrita con una caligrafía nerviosa y menuda se dibujó en su memoria.
— ¿Hubieras preferido que no te dijera nada? —le había preguntado su papá.
No, claro que no. No se lo habría perdonado. Confiaba en él ciegamente. Jamás le había fallado. Era «lo más». La madre la habíaabandonado cuando ella tenía unos pocos meses. Y nunca, nunca hasta la maldita carta, Irina había vuelto a saber de ella.
— ¿Tomaste una decisión, hija? —La interrogó su papá mirándola a los ojos—. Sé que es difícil pero tienes que hacerlo.
— ¡No quiero ir! —respondió ella, llena de rabia.
—Entiendo lo que sientes. Pero no me gustaría que el rencor te haga decidir algo irremediable —dijo élsuavemente.
—Ha vivido todos estos años sin mí. ¿Por qué quiere conocerme ahora? —insistió al borde del llanto.
—Tal vez porque es su última oportunidad. ¿Y tú no tienes acaso preguntas para hacerle? Preguntas que, de otro modo, quedarán para siempre sin respuesta.
—Tengo prueba de geografía mañana, papá. Y te aseguro que esas preguntas sí van a quedar sin respuesta —concluyó Irina incorporándose y dandopor terminado el tema.
Guinea, Mauritania, Namibia. Ninguno de esos nombres le resultaba tan lejano ni ajeno como Cluj, el lugar donde su madre agonizaba. Era inútil. No podía concentrarse. Prendió el televisor. El noticiero mostraba imágenes de esa guerra lejana: niños que abandonaban su casa se despedían, desolados, de sus padres. En la pantalla, una mujer envuelta en una capa avanzó haciaIrina extendiendo la mano.
—Irina, Irina —le oyó decir—. No quiero irme de este mundo sin haberte conocido.
Se echó a temblar, aterrorizada. «Éste es el sabor, el sabor del encuentro, por qué dejarlo pasar», el jingle que siguió a las noticias le sonó como una broma macabra.
—Fue tu imaginación —le dijo su padre cuando le contó lo sucedido—. Esto te afecta más de lo que puedes darte cuenta. Poreso, y a pesar de la cercanía de Cluj a la zona de guerra, quiero que vayas. Para que los fantasmas no te persigan durante toda la vida.
Y luego, abrazándola muy fuerte, agregó:
—Además, cuando te vaya a buscar podemos aprovechar para pasar juntos unos días en París y en Londres.
— ¡Sí! —Gritó Irina llena de entusiasmo—. ¡Eso es lo que más me gusta! Pero tienes que prometerme que no solo vamos avisitar museos. ¡Debe haber ropa linda!
—Mujeres, mujeres —dijo Julio suspirando cómicamente.
Y padre e hija se quedaron charlando, haciendo planes y soñando con itinerarios felices.
—Madame y Monsieur Vivoida son muy tradicionales. Mantienen las antiguas costumbres en muchos aspectos de su vida —dijo el cochero, en perfecto francés, en respuesta a su muda sorpresa.
Irina no podía creer lo...
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