Etimologias
Pablo Galindo Arlés
PRÓLOGO
Y ya van tres ... Este tomo tercero sigue indagando la vida pasada de
las voces que todavía se hallan en curso en nuestra lengua. Como en las anteriores ocasiones, pretende excavar más allá del terreno consolidado
que nos da el origen cierto y bien conocido en los diccionarios etimológicos.
Como Dios, la razón última es indemostrable. Sabemos la etimología
inmediata de la voz “sed”, pero ¿nos saciamos bebiendo en el latín clásico
sin apurar el cáliz hasta la hez del vino? ¿Existe alguna relación entre “satis”(bastante) y “sitis” (sed)? Podemos intuir, nunca afirmar. Mucho
menos quedarnos satisfechos habiendo saciado (o saturado) nuestra sed. Probablemente muchas veces cavamos en un lugar equivocado o tomamos
la canilla de algún can canijo como el hueso o el diente canino de algún
antepasado. Las fosas abiertas sin obtener ningún resultado tangible no deben por ello hacernos caer en la desesperanza. Cuando se investiga en
un estrato de la lengua bastante anterior a los más viejos documentos
escritos de un idioma no podemos estar absolutamente seguros de casi
nada. ¿Deriva “cebo” del “cepo” al que se ata el alimento para hacer caer al
animal silvestre como a los peces en el anzuelo? ¿O acaso “cibus” es la
comida que se encuentra dentro del cubo? ¿No puede explicar ambas
soluciones una jaula abierta con un cebo en su interior? Quizás, quizás,
quizás...
Como en las series precedentes se presta mucha más atención a la “razón semántica” que a las leyes fonéticas, usadas tan sólo como brújula
de orientación más que como un oráculo infalible. Los lingüistas olvidan que muchas veces son los vencidos los que, además de no saber escribir,
trasmiten la lengua del vencedor introduciendo modificaciones debidas al
sustrato de su lengua materna. El latín de las provincias debía ser algo ...
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