Iliada. Canto xxii por Homero (fragmento)
(…) Espero, oh esclarecido Aquileo, caro a Zeus, que nosotros dos proporcionaremos a los aqueos inmensa gloria, pues al volver a las naves habremos muerto a Héctor, aunque sea infatigable en la batalla. Ya no se nos puede
escapar, por más cosas que haga el flechador Apolo, postrándose a los pies del padre Zeus, que lleva laégida. Párate y respira; e iré a persuadir a Héctor para que luche contigo frente a frente. Así habló Atenea. Aquileo obedeció, con el corazón alegre, y se detuvo en seguida, apoyándose en el arrimo de
la pica de asta de fresno y broncínea punta. La diosa dejóle y fue a encontrar al divino Héctor. Y tomando la
figura y la voz infatigable de Deífobo, llegóse al héroe y pronunció estas aladaspalabras: —¡Mi buen hermano! Mucho te estrecha el veloz Aquileo, persiguiéndote con ligero pie alrededor de la ciudad
de Príamo. Ea, detengámonos y rechacemos su ataque. Respondióle el gran Héctor de tremolante casco: —¡Deifobo! Siempre has sido para mí el hermano predilecto
entre cuantos somos hijos de Hécabe y de Príamo; pero desde ahora me propongo tenerte en mayor aprecio, porque al verme con tusojos osaste salir del muro y los demás han permanecido dentro. Contestó Atenea, la diosa de los brillantes ojos: —¡Mi buen hermano! El padre, la venerable madre y los amigos abrazábanme las rodillas y me suplicaban que me quedara con ellos —¡de tal modo tiemblan todos!— pero mi ánimo se sentía atormentado por grave pesar. Ahora peleemos con brío y sin dar reposo a la pica, para que
veamos siAquileo nos mata y se lleva nuestros sangrientos despojos a las cóncavas naves o sucumbe vencido por tu lanza. Así diciendo, Atenea, para engañarle, empezó a caminar. Cuando ambos guerreros se hallaron frente a frente, dijo el primero el gran Héctor, de tremolante casco: —No huiré más de ti, oh hijo de Peleo, como hasta ahora. Tres veces di la vuelta, huyendo, en torno de la gran
ciudad de Príamo, sinatreverme nunca a esperar tu acometida. Mas ya mi ánimo me impele a afrontarte ora te mate, ora me mates tu. Ea pongamos a los dioses por testigos, que serán los mejores y los que más cuidarán
de que se cumplan nuestros pactos: Yo no te insultaré cruelmente, si Zeus me concede la victoria y logro quitarte la vida; pues tan luego como te haya despojado de las magníficas armas, oh Aquileo,entregaré el cadáver a los aqueos. Obra tú conmigo de la misma manera. Mirándole con torva faz, respondió Aquileo, el de los pies ligeros: — ¡Héctor, a quien no puedo olvidar! No me hables de convenios. Como no es posible que haya fieles alianzas entre los leones y los hombres, ni que estén
de acuerdo los lobos y los corderos, sino que piensan continuamente en causarse daño unos a otros; tampoco puedehaber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga uno de los dos y sacie de sangre a Ares,
infatigable combatiente. Revístete de toda clase de valor, porque ahora te es muy preciso obrar como belicoso
y esforzado campeón. Ya no te puedes escapar. Palas Atenea te hará sucumbir pronto, herido por mi lanza, y pagarás todos juntos los dolores de mis amigos, a quienes mataste cuando manejabasfuriosamente la pica.En diciendo esto, blandió y arrojó la fornida lanza. El esclarecido Héctor, al verla venir, se inclinó para evitar el golpe: clavóse aquella en el suelo, y Palas Atenea la arrancó y devolvió a Aquileo, sin que Héctor, pastor de hombres, lo advirtiese. Y Héctor dijo al eximio Pelida: —¡Erraste el golpe, deiforme Aquileo! Nada te había revelado Zeus acerca de mi destino comoafirmabas: has
sido un hábil forjador de engañosas palabras, para que, temiéndote, me olvidara de mi valor y de mi fuerza. Pero no me clavarás la pica en la espalda, huyendo de ti: atraviésame el pecho cuando animoso y frente a
frente te acometa, si un dios te lo permite. Y ahora guárdate de mi broncínea lanza. ¡Ojalá que todo su hierro
se escondiera en tu cuerpo! La guerra sería más liviana...
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