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Ed Vickery y su esposa, Kate, llegó tarde a casa de las películas. Habían visto que el gran éxito sobre el antiguo griego-los chicos hacen una última batalla contra las hordas persas. La mente de Ed había estado en otro lugar, sin embargo, con el IRS y A.R.M.s poco fiables, no cortó la cabeza en C.G.I. Se sentía plano, agotado. Le dolía la espalda. Su pie de atleta picaba. El rico olor, enfermode jazmín de noche floración inundó sus pulmones, y, de repente, tenía problemas para respirar."Estás de mal humor, y usted debe ir a la cama", dijo Kate, y gruñó Ed."Lo haré", dijo, pero antes que él se veía en los niños. Lucas y Denis, doce y diez ahora, había sido muy feliz de quedarse sin la niñera que Ed ya no podía pagar. Se había visto un par de DVDs, scarfed una tina de Ben & Jerry,probablemente olvidado a cepillarse los dientes (por cierto, en el caso de Denis), y estaban ocupados fingiendo dormir. De un lado de la habitación, Ed escuchó una risita reprimida, de la otra un silencio que era demasiado profundo para ser auténtico. Fue, junto con el juego. En verdad, él no podía enfrentarse a hablar con sus hijos. No dijo nada, ni siquiera el habitual "Buenas noches, muchachos", ycerró la puerta con un suave clic. Se cepilló los dientes, se duchó rápidamente, y, mientras que Kate estaba abriendo su computadora portátil en la mesa de la cocina, se dirigió a su dormitorio, en la parte trasera de la casa. Se deslizó en un par de boxeadores, se encaramó junto a las tapas, y comenzó a llorar. Aquí viene, Ed pensó. El Gran Diluvio. Otro. Su rostro crispado. Su pecho se viosacudido por los sollozos. Él sabía que él hizo un cuadro cómico, un hombre de mediana edad, todavía delgado, con una cabeza llena de pelo canoso, sentado en la cama, dejándose ir, lloriqueando, gimiendo, dando rienda suelta en la aflicción silvestre, espontánea. Él estaba más allá de preocuparse por ello. No tenía ganas de estar espartano o estoica, o lo que sea. En su lugar, se entregó a la deltsunami completa de su terror ansioso. Lágrimas calientes brotaron de sus ojos, spangling el haz de la lámpara de la mesita en el arco iris, corriendo por sus mejillas, tocando sus labios con un sabor salado, y salpicando las páginas amarillentas del libro no había sido consciente de que había tomado de la repisa, una colección de cuentos de Iván Bunin, uno de esos escritores que había tenido laintención de llegar a los años."Lo extraño", dijo Ed a sí mismo, pensando en su amigo Muldoon, "es que una vez tomé tu mano y te dice que no darse por vencido."Este fue el caso. Hace años, Muldoon, torturado en el amor y con su carrera en el caos, había sido el de los patines y agitados. Ahora era el turno de Ed."Y es diferente cuando tienes cincuenta años", dijo Ed, ahogando un sollozo. "Soy un hombremuerto de mierda."Muldoon era un director de cine. Sus pequeñas películas fueron nominadas a los Oscar en estos días. Sus otras grandes recaudó trescientos millones en todo el mundo. Muldoon ya no volaban comercial, ni siquiera en primera clase, pero se elevó por encima del techo del mundo en aviones privados proporcionados por el estudio. Él era el primer nombre de los términos con loscontroladores de tráfico aéreo en el JFK y Charles de Gaulle. Muldoon era inexpugnable. Hasta hace poco, su carrera y Ed había estado a la altura. Habían sido compañeros y compañeros. Pero las cosas habían cambiado.Ed era un escritor. Solía ​​ser un escritor, hasta que su vida comenzó reverberando con el sonido de las puertas se cierran de golpe. Ahora era un angustiado, un llorón, un único especialista enel arte de la dificultad de estilo libre.
Nunca había tenido la habilidad de dinero, sino que siempre había sido capaz de ganar. Ya no es así. Sus novelas fallidas golpear los contenedores de resto. Editores caso omiso de sus llamadas. Y la teta de Hollywood se había convertido media y seco. Guiones de Ed eran deshecha, sus tratamientos ignorado, sus opciones ya no se levantó. Un productor se...