JM Arguedas La Agon A De Rasu Iti

Páginas: 13 (3153 palabras) Publicado: 29 de abril de 2015
José María Arguedas
( 1911 - 1969 )

La agonía del Rasu-Ñiti
Estaba tendido en el suelo, sobre una cama de pellejos. Un cuero de vaca colgaba
de uno de los maderos del techo. Por la única ventana que tenía la habitación, cerca
del mojinete, entraba la luz grande del sol; daba contra el cuero y su sombra caía a un
lado de la cama del bailarín. La otra sombra, la del resto de la habitación, erauniforme. No podía afirmarse que fuera oscuridad; era posible distinguir las ollas, los
sacos de papas, los copos de lana; los cuyes, cuando salían algo espantados de sus
huecos y exploraban en el silencio. La habitación era ancha para ser vivienda de un
indio.
Tenía una troje. Un altillo que ocupaba no todo el espacio de la pieza, sino un
ángulo. Una escalera de palo de lambras servía para subir ala troje. La luz del sol
alumbraba fuerte. Podía verse cómo varias hormigas negras subían sobre la corteza
del lambras que aún exhalaba perfume.
—El corazón está listo. El mundo avisa. Estoy oyendo la cascada de Saño. ¡Estoy
listo! Dijo el dansak’ “Rasu-Ñiti”1 .
Se levantó y pudo llegar hasta la petaca de cuero en que guardaba su traje de
dansak’ y sus tijeras de acero. Se puso el guante en la manoderecha y empezó a tocar
las tijeras.
Los pájaros que se espulgaban tranquilos sobre el árbol de molle, en el pequeño
corral de la casa, se sobresaltaron.
La mujer del bailarín y sus dos hijas que desgranaban maíz en el corredor,
dudaron.
— Madre ¿has oído? ¿Es mi padre, o sale ese canto de dentro de la montaña? —
preguntó la mayor.
—¡Es tu padre! —dijo la mujer.
Porque las tijeras sonaron másvivamente, en golpes menudos.
Corrieron las tres mujeres a la puerta de la habitación.
“Rasu-Ñiti” se estaba vistiendo. Sí. Se estaba poniendo la chaqueta ornada de
espejos.
— ¡Esposo! ¿Te despides? — preguntó la mujer, respetuosamente, desde el umbral.
Las dos hijas lo contemplaron temblorosas.
—El corazón avisa, mujer. Llamen al “Lurucha” y a don Pascual. ¡Qué vayan ellas!

Corrieron las dosmuchachas.
La mujer se acercó al marido.
—Bueno. ¡Wamani2 está hablando! —dijo él— Tú no puedes oír. Me habla directo al
pecho. Agárrame el cuerpo. Voy a ponerme el pantalón. ¿Adónde está el sol? Ya habrá
pasado mucho el centro del cielo.
—Ha pasado. Está entrando aquí. ¡Ahí está!
Sobre el fuego del sol, en el piso de la habitación, caminaban unas moscas negras.
—Tardará aún la chiririnka3 que vieneun poco antes de la muerte. Cuando llegue
aquí no vamos a oírla aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a estar bailando.
Se puso el pantalón de terciopelo, apoyándose en la escalera y en los hombros de
su mujer. Se calzó las zapatillas. Se puso el tapabala y la montera. El tapabala estaba
adornado con hilos de oro. Sobre las inmensas faldas de la montera, entre cintas
labradas, brillabanespejos en forma de estrella. Hacia atrás, sobre la espalda del
bailarín, caía desde el sombrero una rama de cintas de varios colores.
La mujer se inclinó ante el dansak’. Le abrazó los pies. ¡Estaba ya vestido con todas
sus insignias! Un pañuelo blanco le cubría parte de la frente. La seda azul de su
chaqueta, los espejos, la tela roja del pantalón, ardían bajo el angosto rayo de sol que
fulguraba enla sombra del tugurio que era la casa del indio Pedro Huancayre, el gran
dansak’ “Rasu-Ñiti”, cuya presencia se esperaba, casi se temía, y era luz de las fiestas
de centenares de pueblos.
—¿Estás viendo al Wamani sobre mi cabeza? —preguntó el bailarín a su mujer.
Ella levantó la cabeza.
—Está —dijo—. Está tranquilo.
—¿De qué color es?
—Gris. La mancha blanca de su espalda está ardiendo.
—Así es.Voy a despedirme. ¡Anda tú a bajar los tipis de maíz del corredor! ¡Anda!
La mujer obedeció. En el corredor de los maderos del techo, colgaban racimos de
maíz de colores. Ni la nieve, ni la tierra blanca de los caminos, ni la arena del río, ni el
vuelo feliz de las parvadas de palomas en las cosechas, ni el corazón de un becerro
que juega, tenían la apariencia, la lozanía, la gloria de esos...
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