Juan José Millas - Tonto, Muerto, Bastardo E Invisible

Páginas: 212 (52977 palabras) Publicado: 31 de enero de 2013
Tonto, muerto,
bastardo e invisible

Tonto, muerto,
bastardo e invisible
Juan José Millás

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© 1995, Juan José Millás
© De esta edición:
1995, Santillana, S. A.
Juan Bravo, 38 28006 Madrid
Teléfono (91) 322 47 00
Telefax (91) 322 47 71

• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A.
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• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A. de C. V.
Avda.Universidad, 767, Col. del Valle,
México, D.F. C. P. 03100
ISBN: 84-204-8170-X
Depósito legal: M 29 245-1995
Diseño:
Proyecto de Enric Satué
© Cubierta:
Juan Pablo Rada
© Foto Anna Loscher

PRIMERA EDICIÓN FEBRERO 1995
SEGUNDA EDICIÓN MARZO 1995
TERCERA EDICIÓN MARZO 1995
CUARTA EDICIÓN MARZO 1995
QUINTA EDICIÓN ABRIL 1995
SEXTA EDICIÓN SEPTIEMBRE 1995

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Tonto, muerto,
bastardo e invisible

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Cuandoencargué que me hicieran un bigote postizo de pelo natural como
el de mi padre, creí que no era más que un modo de homenajear irónicamente
su memoria y de demostrar de paso al peluquero, o a mí mismo, que podía
hacer gastos y gestos superfluos, pero una vez que lo tuve en la mano me
pareció percibir en él un instinto ortopédico que me causó algún malestar, de
manera que me deshice delestuche, que tenía un volumen incómodo, y escondí
el postizo en una pequeña caja fuerte camuflada en las profundidades del
armario de mi dormitorio. La caja fuerte había sido también el resultado de un
gesto superfluo, quizá por eso Laura no se relacionaba con ella, ni siquiera
había llegado a aprenderse la combinación. En cuanto al niño, no conocía su
existencia. Se trataba, pues, de un nichoperfecto para enterrar aquella prótesis
que, abandonada en cualquier otro lugar, podía confundirse con un animal
muerto, o quizá con el embrión de un individuo.
Aquello había sucedido en los primeros meses del invierno anterior, al poco
de que murieran mis padres en un incendio que yo no provoqué, y desde
entonces, aunque no había vuelto a contemplar el bigote, me había dejado
acariciar por él enlas ocasiones en que tuve que meter la mano en la caja para
buscar algún papel. Su tacto resultaba inquietante, pero después del primer
escalofrío sucedía siempre una paz inexplicable, la clase de paz que este
domingo de finales de marzo intentaba encontrar en los argumentos que
circulaban, con el estrépito de un tren dentro de un túnel, por las galerías
oscuras de mi miedo.
El viernesanterior, el director de personal me había comunicado que tenían
que prescindir de mí a cambio de una indemnización equivalente al salario de
un año y de un gesto infeccioso de solidaridad. Podría acogerme al subsidio de
desempleo y resistir, en el peor de los casos, dos años. Además, Laura trabajaba
también, era forense, de manera que el horizonte de la indigencia quedaba
todavía un poco lejos.No se trataba, pues, objetivamente hablando, de una
situación desesperada, pero yo estaba subjetivamente hundido desde entonces
en una desesperación que durante el fin de semana había intentado ocultar a la
mirada de mi mujer y de mi hijo. Finalmente, el domingo por la tarde la
glándula del miedo había comenzado a liberar una sustancia nueva que actuó
en seguida sobre mi capacidadrespiratoria; parecía que el aire se hubiera
espesado o contuviera grumos. Entonces me refugié en el cuarto de baño
adosado al dormitorio y dejé que toda la cobardía aplazada desde que entrara
en la empresa un equipo socialdemócrata, con la orden de venderla en trozos,

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se reuniera de golpe en la percepción del espacio: miraba las paredes, y el
espejo, y la bañera oculta tras la mampara de...
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