jugando a ser dios
Todo comenzó un fin de semana largo, de esos que utilizan las familias unidas para poder irse de vacaciones a algún lugar lleno de arena y agua salada. Mi amiga y yo teníamos tantas cosas en común que en cuanto nos conocimos pudimos sentirnos identificados el uno con el otro, como si nos conociésemos de una vida muy antigua. Ella odiaba, al igual que yo, la playa, las multitudes,los lugares turísticos, y las reuniones familiares, entre tantas otras cosas; siempre nos hemos visto a nosotros mismos como un par de inadaptados que se adaptan bastante bien el uno con el otro. Pues bien, ese fin de semana largo que acababa hasta el lunes, Marta y yo decidimos, como de costumbre, no salir a vacacionar con nuestras respectivas familias; ambos gozábamos de la suficiente confianzapor parte de nuestros padres como para que nos permitieran quedar solos en nuestras casas; qué puedo decir, éramos algo ñoños, porque debo decirlo, tampoco disfrutábamos mucho asistiendo a fiestas, ni teníamos amigos o relaciones amorosas; sólo congeniábamos entre nosotros, a pesar de tener quince años, éramos como un par de ermitaños ancianos. En cuanto el carro que llevaba a toda mi familia seperdió por la lejana carretera telefoneé a mi amiga. Por desgracia me contestó su padre, lo cual hizo que me pusiera muy nervioso. Todavía no nos vamos y ustedes ya están buscándose; no vayan a hacer nada malo escuincles. Me dijo su papá con un bromista tono de voz, sabiendo que Marta y yo éramos tan inofensivos como niños pequeños. No se preocupe señor, la cuidaré muy bien. Le dije con minervioso todo de voz. Muy bien; diviértanse. Dijo su padre y me comunicó a mi amiga. ¡Tengo un par de videojuegos nuevos y una lista bastante buena de películas que podemos ver por la noche! Le dije cuando la tuve al teléfono. Mi amiga no tenía su chispa habitual, y en seguida supe porqué. Lo lamento, mis padres me han dejado esta vez a la abuela en casa y no creo que pueda escaparme. Su abuela era unamujer malhumorada y de agudo oído que no me agradaba mucho, ni a ella tampoco. ¡Maldición! Exclamé al escuchar las malas noticias. Pero si quieres puedes venir, quizá podamos pasarla un rato juntos por la tarde. Muy bien, me baño y voy para allá. Le dije un poco decepcionado por no poder estar con ella sin la malvada supervisión de su octogenaria y marchitada abuela. La casa de mi amiga estaba a...
Regístrate para leer el documento completo.