La bella alma de don damian
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La bella alma de don Damián
[Cuento. Texto completo.]
Juan Bosch
Don Damián entró en la inconsciencia rápidamente, a compás con la fiebre que iba
subiendo por encima de treinta y nueve grados. Su alma se sentía muy incómoda, casi a punto de calcinarse, razón por la cual comenzó a irse recogienido en el
corazón. El alma tenía infinita cantidad de tentáculos, como urnn pulpo de innúmeros
pies, cada uno metido en una vena AA. y algunos sumamente delgados metidos en
vasos. Poco a poco fue retirando esos pies, y a medida que iba haciéndolo don
Damián perdía calor y empalidecía. Se le enfriaron primero las manos, luego las piernas y los brazos; la cara comenzó a ponerse atrozmente pálida, cosa que
observaron las personas que rodeaban el lujoso lecho. La propia enfermera se
asustó y dijo que era tiempo de llamar al médico. El alma oyó esas palabras y
pensó: “Hay que apresurarse, o viene ese señor y me obliga a quedarme aquí hasta
que me queme la fiebre”.
Empezaba a clarear. Por los cristales de las ventanas entraba una luz lívida, que anunciaba el próximo nacimiento del día. Asomándose a la boca de don Damián
que se conservaba semiabierta para dar paso a un poco de aire el alma notó la
claridad y se dijo que si no actuaba pronto no podría hacerlo más tarde debido a que
la gente la vería salir y le impediría abandonar el cuerpo de su dueño. El alma de don Damián era ignorante en ciertas cosas; por ejemplo, no sabía que una vez libre
resultaba totalmente invisible.
Hubo un prolongado revuelo de faldas alrededor de la soberbia cama donde yacía el
enfermo, y se dijeron frases atropelladas que el alma no atinó a oír, ocupada como
estaba en escapar de su prisión. La enfermera entró con una jeringa hipodérmica en
la mano.
¡Ay, Dios mío, Dios mío, que no sea tarde! clamó la voz de la vieja criada.
Pero era tarde. A un mismo tiempo la aguja penetraba en un antebrazo de don
Damián y el alma sacaba de la boca del moribundo sus últimos tentáculos. El alma
pensó que la inyección había sido un gasto inútil. En un instante se oyeron gritos
diversos y pasos apresurados, y mientras alguien de seguro la criada, porque era
imposible que se tratara de la suegra o de la mujer de don Damián se tiraba aullando sobre el lecho, el alma se lanzaba al espacio, directamente hacia la lujosa
lámpara de cristal de Bohemia que pendía del centro del techo. Allí se agarró con
suprema fuerza y miró hacia abajo; don Damián era ya un despojo amarillo, de
facciones casi transparentes y duras como el cristal; los huesos del rostro parecían haberle crecido y la piel tenía un brillo repelente. Junto a él se movían la suegra, la
señora y la enfermera; con la cabeza hundida en el lecho sollozaba la anciana
criada. El alma sabía a ciencia cierta lo que estaba sintiendo y pensando cada una,
pero no quiso perder tiempo en observarlas. La luz crecía muy de prisa y ella temía
ser vista allí donde se hallaba, trepada en la lámpara, agarrándose con indescriptible miedo. De pronto vio a la suegra de don Damián tomar a su hija de un brazo y
llevarla al pasillo; allí le habló, con acento muy bajo. Y he aquí las palabras que oyó
el alma:
No vayas a comportarte ahora como una desvergonzada. Tienes que demostrar
dolor.
Cuando llegue gente, mamá susurró la hija.
No, desde ahora. Acuérdate que la enfermera puede contar luego...
En el acto la flamante viuda corrió hacia la cama como una loca diciendo:
¡Damián, Damián mío; ay, mi Damián! ¿Cómo podré yo vivir sin ti, Damián de mi
vida?
Otra alma con menos mundo se hubiera asombrado, pero la de don Damián, trepada
en su lámpara, admiró la buena ejecución del papel. El propio don Damián procedía
así en ciertas ocasiones, sobre todo cuando le tocaba actuar en lo que él llamaba "la ...
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