La casa de mue;ecas
Aunque el increíble atractivo de cada una de ellas estaba fuera de toda duda, la singular belleza de Celine superaba cualquier prodigio surgido de las fuentes de ladivinidad. Así era conocido y reconocido por todos los juguetes de la habitación que, en su gran mayoría, profesaban por Celine una profunda devoción.
Un regimiento de soldados de plomo marchabasiempre alrededor de la casa de muñecas, protegiendo su tranquilidad del posible -aunque poco probable- ataque de algún juguete malévolo. Formaba parte de este regimiento un soldado diferente, muydiferente a los demás, aunque sólo él era consciente de ello, pues su apariencia era idéntica a la del resto de sus compañeros.
Sólo este soldado sin nombre sintió por Celine lo que nadie sentía, sóloél pudo ver en Celine lo que nadie veía, más allá de la insondable barrera de su belleza infinita.
Un día de primavera, el soldadito de plomo, buscando el momento oportuno y armándose de valor (másdel que necesitó en todas las batallas del pasado juntas), se acercó a Celine, que paseaba distraídamente por los jardines de la casa de muñecas. Debía comunicarle todo lo que sólo él sabía.
-¡HolaCeline! –dijo nerviosamente.
-¡Hola soldado! –contestó ella, siempre sonriente- ¿Qué deseas?
-Yo...yo sólo quería que...que...-sus torpes palabras se ahogaron en un mar de confusión-.
Celinelo miró con expresión entre divertida y sorprendida. El soldadito, víctima de un miedo que jamás había sentido antes –el miedo a la incomprensión-, balbuceó, con sus ojos de pintura fijos en el...
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