La celula

Páginas: 10 (2271 palabras) Publicado: 31 de marzo de 2013
HORACIO QUIROGA
LA MUERTE DE ISOLDA

Concluía el primer acto de T ristán e Isolda. Cansado de la agitación de ese
día, me quedé en mi butaca, muy contento con la falta de vecinos. Volví la
cabeza a la sala, y detuve en seguida los ojos en un palco balcón.
Evidentemente, un matrimonio. El, un marido cualquiera, y tal vez por su
mercantil vulgaridad y la diferencia de año con s u mujer,menos que cualquiera.
Ella, joven, pálida, con una de esas profundas bellezas que más que en el rostro,
aún bien hermoso, están en la perfecta solidaridad de mirada, boca, cuello,
modo de entrecerrar los ojos. Era, sobre todo, una belleza para hom bres, sin ser
en lo más mínimo provocativa; y esto es precisamente lo que no entenderán
nunca las mujeres.
La miré largo rato a ojos descubiertosporque la veía muy bien, y porque
cuando el hombre está así en tensión de aspirar fijamente un cuerpo hermoso,
no recurre al arbitrio femenino de los anteojos.
Comenzó el segundo acto. Volví aún la cabeza al palco, y nuestras miradas
se cruzaron. Yo, que había apreciado ya el encanto de aquella mirada vagando
por uno y otro lado de la sala, viví en un segundo, al sentirla directamente
apoyadaen mí, el más adorable sueño de amor que haya tenido nunca.
Fue aquello muy rápido: los ojos huyeron, pero dos o tres veces, en mi
largo minuto de insistencia, tornaron fugazmente a mí.
Fue asimismo, con la súbita dicha de hab erme soñado un instante su
marido, el más rápido desencanto de un idilio. Sus ojos volvieron otra vez, pero
en ese instante sentí que mi vecino de la izquierda mirabahacia allá, y después
de un momento de inmovilidad de ambas partes, se saludaron.
Así, pues, yo no tenía el más remoto derecho a considerarme un hombre
feliz, y observé a mi compañero. Era un hombre de más de treinta y cinco años,
barba rubia y ojos azules de mirada clara y un poco dura, que expresaba
inequívoca voluntad.
—Se conocen —me dije— y no poco.
En efecto, después de la mitad delacto mi vecino, que no había vuelto a
apartar los ojos de la escena, los fijó en el palco. Ella, la cabeza un poco echada
atrás, y en la penumbra, lo miraba también. Me pareció más pálida aún. Se
miraron fijamente, insistentemente, aislados del mundo en aquella recta
paralela de alma a alma que los mantenía inmóviles.
Durante el tercero, mi vecino no volvió un instante la cabeza. Pero antes deconcluir aquél salió por el pasillo opuesto. Miré al palco, y ella t ambién se había
retirado.
—Final de idilio —me dije melancólicamente.
El no volvió más y el palco quedó vacío.

*****
—Sí, se repiten —sacudió amargamente la cabeza—. T odas las situaciones
dramáticas pueden repetirse, aún las más inverosímiles, y se rep iten. Es
menester vivir, y usted es muy muchacho… Y las de su Tristán también, lo que
no obsta para que haya allí el más sostenido alarido de pasión que haya gritado
alma humana… Yo quiero tanto como usted a esa obra, y acaso más… No me
refiero, querrá cre er, al drama de T ristán, con las treinta y dos situaciones del
dogma, fuera de las cuales todas son repeticiones. No; la escena que vuelve

como una pesadilla, los personajes que sufren la alucinaciónde una dicha
muerta, es otra cosa… Usted asistió al preludio de una de esas repeticiones… Sí,
y a sé que se acuerda… No nos conocíamos con usted entonces… Y precisamente
a usted debía de hablarle de esto! Pero juzga mal lo que v io y creyó un acto mío
feliz… ¡Feliz!… Óigame. ¡El buque parte dentro de un momento, y esta vez no
v uelvo más… Le cuento esto a usted, como si se lo pudieraescribir, por dos
razones: Primero, porque usted tiene un parecido pasmoso con lo que era yo
entonces —en lo bueno únicamente, por suerte —. Y segundo, porque usted, mi
joven amigo, es perfectamente incapaz de pretenderla, después de lo que va a
oír. Óigame:
La conocí hace diez años, y durante los seis meses que fui su novio, hice
cuanto me fue posible para que fuera mía. La quería mucho, y ella,...
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