La ciencia del presente
duermen en las bibliotecas. Preferimos imaginar una historia
discontinua del conocimiento y de centenares de miles de años
de ignorancia paraunos cuantos lustros de saber. La idea de
que ha habido, de pronto, un "siglo de las luces", idea que
hemos aceptado con desconcertante ingenuidad, ha sumido en
la oscuridad el resto de lostiempos.
¿Qué queda de los millares de manuscritos de la biblioteca de
Alejandría, documentos irremplazables y perdidos para siempre
sobre la ciencia antigua? ¿Dónde están las cenizas de las
200.000obras de la biblioteca de Pérgamo? ¿Qué ha sido de las
colecciones de Pisístrato, en Atenas, y de la biblioteca del
Templo de Jerusalén, y de la de Ptah, en Menfis? En estas
circunstancias, noshallamos delante de las obras antiguas como
ante las ruinas de un templo inmenso del que restan solamente
algunas piedras; pero el examen atento de estas piedras y de
estas inscripciones nos dejaentrever verdades demasiado
profundas para atribuirlas a la sola intuición de los antiguos.
Ante todo, y contrariamente a lo que se cree, los métodos del
racionalismo no fueron inventados por Descartes.Consultemos
los textos: "El que busca la verdad - escribe Descartes- debe,
mientras pueda, dudar de todo." Es una frase muy conocida y
que parece muy nueva. Pero si tomamos el libro segundo de laMetafísica de Aristóteles, leemos: "El que quiera instruirse debe
primeramente saber dudar, pues la duda del espíritu conduce a
la manifestación de la verdad." Por lo demás, se puede
comprobar queDescartes no sólo tomó de Aristóteles esta frase
fundamental, sino también la mayor parte de las famosas reglas
para la dirección del espíritu y que constituyen la base del
método experimental. Estodemuestra, en todo caso, que
Descartes había leído a Aristóteles, cosa de la que se abstienen
demasiado a menudo los cartesianos modernos.
En cuanto al escepticismo necesario al observador, no...
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