la palabra

Páginas: 152 (37796 palabras) Publicado: 14 de mayo de 2013
Está arriba, en la galería,
escuchando a los mirlos.
Carlos Sousa, el periodista, dijo
gracias cuando ella lo invitó a pasar
con el gesto de una sonrisa. Sí,
gracias, pensó mientras subía la
escalera, a la puerta de cada casa
debería haber dos ojos como ésos.
Sentado en una silla de mimbre,
junto a una mesa camilla, con la
mano posada en el libro abierto
como quien hace suya y meditauna
página brillante, el doctor Da Barca
miraba hacia el jardín, envuelto en un
aura de luz invernal. La estampa
sería apacible si no fuera por la
mascarilla de oxígeno. El tubo que lo
unía a la bombona pendía sobre las
flores blancas de las plantas de
azalea. A Sousa la escena le pareció
de una inquietante y cómica
melancolía.
Cuando se dio cuenta de la visita,
alertado por el crujirde las tablas
del suelo de la sala, el doctor Da
Barca se levantó y se quitó la
mascarilla con una sorprendente
agilidad, como si fuese el mando de
una consola infantil. Era alto y ancho
de hombros, y mantenía alzados los
brazos en arco. Parecía que su
función más natural era la del abrazo.
Sousa se sintió perplejo. Iba con la
idea de que se trataba de visitar a un
agonizante. Afrontóincomodado el
encargo de arrancarle sus últimas
palabras a un anciano de vida
agitada. Pensaba escuchar un hilo de
voz incoherente, la lucha patética
contra el mal de Alzheimer. Jamás
habría podido imaginar una agonía
tan luminosa, como si en realidad el
paciente estuviese conectado a un
generador. No era ésa su
enfermedad, pero el doctor Da Barca
tenía la belleza tísica de lostuberculosos. Los ojos agrandados
como lámparas veladas de luz. Una
palidez de loza, barnizada de rosa en
las mejillas.
Aquí tienes al reportero, dijo ella
sin dejar de sonreír. Fíjate qué
jovencito.
No tan joven, dijo Sousa,
mirándola con pudor. Ya fui más de
lo que soy.
Siéntese, siéntese, dijo el doctor
Da Barca. Estaba paladeando este
oxígeno. ¿Le apetece un poco?
El reportero Sousa sesintió algo
aliviado. Aquella bella anciana tras
la llamada de la aldaba, que parecía
escogida para un capricho por el
cincel del tiempo. Aquel grave
enfermo, hospitalizado hasta hacía
dos días, animoso como un campeón
ciclista. En el periódico le habían
dicho: Hazle una entrevista. Es un
viejo exiliado. Cuentan que hasta
trató al Che Guevara en México.
¿Y eso hoy a quién podríaimportarle? Sólo a un jefe de
información local que por las noches
lee Le Monde Diplomatique. Sousa
aborrecía la política. En realidad,
aborrecía el periodismo. En los
últimos tiempos había trabajado en la
sección de sucesos. Estaba quemado.
El mundo era un estercolero.
Los larguísimos dedos del doctor
Da Barca aleteaban como teclas con
vida propia, como prendidas al
órgano por una viejalealtad. El
reportero Sousa sintió que esos
dedos lo estaban explorando,
percutiendo en su cuerpo. Tuvo la
sospecha de que el doctor analizaba
con las linternas de sus ojos el
significado de sus ojeras, de aquellas
prematuras bolsas en los párpados,
como si él fuese un paciente.
Y podría serlo, pensó.
Marisa, corazón, ponnos algo de
beber para que salga bien la
necrológica.
¡Qué cosastienes!, exclamó ella.
No hagas esas bromas.
El reportero Sousa se iba a negar,
pero se dio cuenta de que sería un
error rechazar un trago. Hacía horas
que se lo estaba pidiendo el cuerpo,
un trago, un maldito trago, se lo
estaba pidiendo desde que se había
levantado, y en aquel momento supo
que había dado con uno de esos
hechiceros que leen en la mente de
los demás.
¿No será usted un señorHache-
Dos-O?
No, dijo él siguiendo con la ironía,
mi problema no es el agua,
precisamente.
Magnífico. Tenemos un tequila
mexicano que resucita a los muertos.
Dos vasos, Marisa, por favor. Y
luego miró para él, guiñándole un
ojo. Los nietos no se olvidan del
abuelo revolucionario.
¿Cómo se encuentra?, preguntó
Sousa. De alguna forma tenía que
empezar.
Ya ve, dijo el doctor...
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