La rueda de la vida

Páginas: 123 (30608 palabras) Publicado: 6 de junio de 2013
SEGUNDA PARTE
“EL OSO”
EN CASA PARA CENAR
Afortunadamente existen jefes como el catedrático Amsler. Era un excelente cirujano oftalmólogo, pero esa pericia se veía superada por los rasgos que lo convertían en un admirable ser humano: la comprensión y la compasión. Yo aún no llevaba cumplido un año trabajando en el hospital de la universidad cuando me permitió marcharme para colaborar en otrastareas como voluntaria, y cuando volví a aparecer me acogió en mi antiguo puesto. "Debe de haber llegado el invierno, porque la golondrina ha vuelto a casa", comentó cuando llegué.
Mi viejo laboratorio en el sótano me pareció un paraíso. Reanudé el mismo trabajo y la investigación. Pero pronto el doctor Amsler se dio cuenta de que yo había cambiado y que era capaz de hacer frente a másresponsabilidades. Me destinó al sector de niños. Allí hacía pruebas a los niños que estaban perdiendo la vista para detectar si se trataba de oftalmía simpática o de un tumor maligno. Mi método para tratarlos era diferente del de sus padres y médicos. Hablaba francamente con ellos, los escuchaba expresar su temor de quedar ciegos y observaba con qué franqueza reaccionaban. También allí estaba adquiriendosaberes que me serían útiles después.
Me encantaba mi trabajo en el laboratorio del sótano con esas personas que padecían afecciones oculares. El trabajo llevaba horas; había muchas mediciones y pruebas que hacer. Nos exigía pasar largos períodos juntos en la oscuridad, lo que era perfecto para conversar. Incluso los más reservados, desconfiados y tímidos se sinceraban conmigo en ese ambienteíntimo. Yo sólo era una técnica de laboratorio de veintitrés años, pero aprendí a escuchar como una psiquiatra mayor y más experimentada. Todo lo que hac ía reforzaba mis deseos de estudiar medicina. No veía el momento de aprobar el Matura, el difícil examen de admisión a la universidad; hice planes para asistir a clases vespertinas a fin de preparar las asignaturas que tenía pendientes, tales comoliteratura alemana, francesa e inglesa, geometría, trigonometría, y la más temida de todas, latín.
Pero llegó el verano y su cálida brisa me trajo noticias del Servicio de Voluntarios por la Paz. Un grupo de voluntarios estaba construyendo un camino de acceso a un hospital de Recco, en Italia. Necesitaban urgentemente una cocinera. Ni siquiera tuvieron que preguntarme si me interesaba, porquevarios días después ya estaba trabajando con un pico durante el día y cantando alrededor de una hoguera por la noche en la Riviera italiana. Nada habría sido para mí más satisfactorio. Mi encantador profesor Amsler me había garantizado que podía volver a mi trabajo, y mis padres habían dado su aprobación. Ya se habían acostumbrado a mi modo de ser.
Sólo se me impuso una condición. Cuando estaba apunto de marcharme, mi padre me prohibió viajar al otro lado del Telón de Acero. Lo consideraba peligroso y se imaginaba que yo podía desaparecer. - Si cruzas el Telón de Acero dejarás de ser hija mía —me advirtió, con la intención de impedírmelo imponiéndome el peor de los castigos. - Sí, señor —contesté.
Qué tontería, pensaba yo. ¿Para qué preocuparse tanto si yo iba a pasar el verano en Italia?Pero había buenos motivos. Nos consagramos con tanto denuedo a construir aquel camino que estuvo terminado en un periquete, y a continuación en el Servicio de Voluntarios me eligieron a mí para la urgente tarea de reunir a dos niños con sus padres que estaban en Polonia. La madre era suiza y el padre polaco, y no podían salir del país. Mi trabajo anterior allí me convertía en la mejor candidatapara la misión; conocía el idioma, sabía cómo arreglármelas allí y no tenía aspecto sospechoso. Yo acababa de recorrer a dedo todas las principales ciudades italianas para admirar sus increíbles obras de arte. Una aventura más antes de que acabara el verano me sentaría de maravilla; y la oportunidad de volver a ver Polonia. Era un regalo del cielo.
Los niños, un chico de ocho años y una chica...
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