la sonata a kreutzer

Páginas: 142 (35442 palabras) Publicado: 25 de marzo de 2013
LEÓN TOLSTOI

LA SONATA A KREUTZER

Mas YO os digo que cualquiera que mira a una
mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su
corazón.
(San Mateo, V, 28.)

Y sus discípulos le dijeron: Si tal es la condición
del hombre con su mujer, no conviene casarse.
Entonces Él les dijo: No todos reciben esta palabra,
sino aquellos a quienes es dado. Porque hay
eunucos que nacieron así delvientre de su madre; y
hay eunucos que son hechos eunucos por los
hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí
mismos eunucos por causa del reino de los cielos.
El que pueda ser capaz de eso, séalo.
(San Mateo, XIX, 10-2.)

de la primavera. Llevábamos dos días de viaje.
A cada parada del tren bajaban y subían viajeros de nuestro coche;
ERA EL COMIENZO

pero quedaban siempre tres personasque, como yo, habían subido
al coche en el punto de la partida del tren: una señora, ni joven ni
guapa, cara consumida, con gorra en la cabeza, un paletó medio de
hombre, y fumando cigarrillos; su acompañante, de unos cuarenta
años, portador de un equipaje flamante, muy arreglado y
ordenado; finalmente, otro caballero que se mantenía a distancia,
aún joven, pero con el pelo rizadoprematuramente canoso, bajo de
estatura, de ademanes nerviosos, con unos ojos muy brillantes que
saltaban con rapidez de un objeto a otro. Llevaba un sobretodo
usado pero hecho por un buen sastre, con astracán, y un alto
sombrero también de astracán. Bajo el sobretodo, cuando lo
desabrochaba, se veía la poddiovka y la camisa rusa bordada. Otra
particularidad de este caballero consistía en emitir devez en
cuando sonidos extraños parecidos a tos o risa bruscamente
interrumpida. Este señor parecía evitar durante todo el trayecto
trabar relaciones con los viajeros. Cuando alguien le dirigía la
palabra, daba una respuesta breve y seca y se ponía a leer, o
mirando por la ventanilla, fumaba o sacando provisiones de su
vieja valija bebía té y comía.
A mí se me antojó que le pesaba la soledad yvarias veces traté de
hablarle; pero cada vez que nuestras miradas se cruzaban, lo que
sucedía a menudo, porque estábamos sentados casi frente a frente,
volvía la cabeza, tomaba un libro o miraba por la ventanilla. A la
caída de la tarde, aprovechando una parada larga, este señor bajó a
la estación a buscar agua hirviente y se puso a preparar su té. El
caballero de los equipajes flamantes—un abogado, según supe
después— bajó con su vecina, la señora del sobretodo masculino y
de los cigarrillos, a tomar té en el restaurante de la estación.
Durante su ausencia entraron en el coche algunos viajeros nuevos,
entre los cuales figuraban un viejo alto, muy afeitado y arrugado,
un comerciante a todas luces, embutido en un cumplido capote de
pieles y cubierto por una gorra no menoscumplida. Este
comerciante se sentó frente al puesto vacío del abogado y de su
compañera; y al punto entabló conversación con un joven que

parecía un viajante de comercio, y que acababa de subir también
en esa estación. Yo me encontraba lejos de esos dos viajeros, y
como el tren estaba parado, podía oír a ratos fragmentos de su
conversación.
El comerciante declaró primero que iba a su casa decampo, la que
se encontraba cerca de la próxima estación; después hablaron,
como de costumbre, del desarrollo actual del comercio,
especialmente en Moscú, y luego de la feria de Nijni-Nóvgorod.
El comisionista empezó a relatar las francachelas de un rico
comerciante, muy conocido; pero el viejo no le dejó seguir,
poniéndose a contar francachelas y devaneos de antaño en
Kunávino, en lascuales había tomado parte. Estaba evidentemente
muy orgulloso de tales recuerdos. Contaba con orgullo cómo,
estando beodos, habían hecho precisamente con aquel mismo
comerciante, en Kunávino, tales locuras, que no podía decírselas
al otro más que al oído, a lo que el viajante soltó una carcajada
estrepitosa y el viejo se puso a reír enseñando los dientes
amarillentos.
Como no me interesaba...
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