La Vida En Rosa

Páginas: 13 (3236 palabras) Publicado: 6 de febrero de 2013
En familia
María Elena Llanas
Cuando mi madre descubrió que el gran espejo de la sala estaba habitado, todos pasamos paulatinamente de la incredulidad al asombro, de éste a la contemplación, y, acabamos aceptándolo como algo cotidiano.
El hecho de que la ovalada luna, un poco moteadas de negro por la acción de tiempo, reflejara a los muertos de la familia en vez de a nosotros mismos, no fuecausa suficiente para alterar nuestros hábitos de vida. Siguiendo con la antigua máxima de "arda la casa sin verse el humo", nos guardamos el secreto que, después de todo, a nadie más que a nosotros mismos interesaba. 
De todas formas, pasó algún tiempo antes de que nos resultara completamente natural sentarnos cada uno en su sillón preferido, y saber que en el espejo ese mismo sillón estabaocupado por otra persona, verbigracia por Aurelia, hermana de mi abuela (rip1, 1939) y que aunque a mi lado, en esta parte de la sala se encontrara mi prima Natalia, enfrente estuviera Nicolás, tío de mi madre (rip, 1927).
Como es lógico, si nuestro muerto se reflejaban en el espejo de las sala, lo que nos ofrecían era la imagen de una tertulia familiar, casi idéntica a la que componíamos nosotros,pues nada, absolutamente nada del decorado de la sala: sus muebles, la distribución de éstos, la luz, las dimensiones, se alteraba en el espejo. Únicamente que del lado de allá, en vez de nosotros estaban ellos.
No sé los demás, pero yo sentía que más que una visión en un espejo, presenciaba una vieja película gastada, ya nebulosa. Los movimientos de nuestros difuntos, al reproducir los que hacíamosnosotros, eran más lentos, parsimoniosos, como si en realidad el espejo no mostrara una imagen directa, sino el reflejo de otro reflejo.
De todas formas, desde el primer momento supe que todo se complicaría tan pronto mi prima Clarita regresara de sus vacaciones. Clarita me dio, durante mucho tiempo, la idea de haber caído equivocadamente en nuestra familia. Por lo vivaz y emprendedora, por suaudacia y decisión. Esa opinión mía se avalaba con el hecho de que ella formó parte de la primera promoción de mujeres odontólogas del país.
Pero aquella impresión de que Clarita estaba por error entre nosotros, se disipó tan pronto mi audaz prima colgó el diploma y se puso a bordar sábanas junto a mi abuela, a mis tías, y a mis otras primas y hermanas, en espera de un pretendiente que no faltó,en realidad, pero que no fue aceptado porque no reunía unas cualidades que nunca se supo cuáles eran exactamente.
Aunque jamás ejerciera su profesión, una vez titulada, Clarita se convirtió en el oráculo familiar. Ella prescribía analgésicos y determinaba si tal o cual moda era adecuada o no; elegía las funciones de teatro y decía cuándo el ponche tenía el punto de licor adecuado para cada reuniónsocial. Por todas estas preocupaciones, era lógico que cada año se pasara un mes descansando en algún balneario.
Y cuando aquel verano Clarita regresó de sus vacaciones, y fue informada del descubrimiento hecho por mi madre, se quedó momentáneamente pensativa, como si escuchara la sintomatología antes de diagnosticar. Después, sin inmutarse, se asomó el espejo, constató que todo era cierto ehizo un movimiento dubitativo con la cabeza. Inmediatamente se sentó en su sillón junto al librero, y estiró el cuello para ver quién lo ocupaba del lado de allá.
-Caramba, miren a Gustavo -fue todo lo que dijo.
Y, efectivamente, allí, en el mismo sillón, el espejo mostraba a Gustavo, una especie de ahijado de papá, quien a raíz de una inundación en su pueblo, se instalo en nuestra casa y se quedópara siempre en un status ambivalente de pariente pobre y comodín familiar.
Clarita lo saludó democráticamente agitando la mano, pero él, que en ese momento parecía abstraído en la contemplación de algo así como un bombillo de radio, no se dio por aludido. Sin duda los del espejo no tenían programado un mayor intercambio con nosotros. Y eso, aunque no lo dijo, debió de picar un poco el amor...
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