Lalala
El registro de El rastro… va en el mismo sentido. Bodoc da amplio espacio a la intuición delos personajes, recurre con inusual intensidad a los sentidos del olfato y el gusto (un talento que ya había demostrado en sus trabajos anteriores) y se permite deslizar los rituales de los esclavosafricanos en el relato. En el sonido de los tambores, la línea entre la novela realista y la vertiente fantástica se vuelve tenue, aunque no llega a romperse. Ninguna de estas cosas sorprende a loshabituales lectores de la santafesina, que se caracteriza por descripciones de gran lirismo, una sensibilidad notable para la concreción de ambientes de profunda verosimilitud, y un sentido de loinasible de los sentimientos que –paradójicamente– le permite trasmitirlos en su mejor intensidad.
Paralelamente a la historia de amor, el texto entreteje el relato de los esfuerzos prerrevolucionariosde los criollos porteños que –eventualmente– desembocarían en la Semana de Mayo. El cressendo de la intensidad corre a la par en ambas líneas argumentales. Pero quienes lleguen al libro buscando unahistoria de conspiraciones –tan en boga– quedará desilusionado, pues si bien es un aspecto importante de El rastro…, no está allí su foco. Tanto que apenas aparecen conspiradores y funcionarios...
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