Las Artes del Fuego
L’Art)
De entre todas las artes, no conozco otras más aventureras, más inciertas, y por lo tanto más nobles, que las artes que invocan el fuego.
Su naturaleza excluye o castiga toda negligencia. Nada de abandonos, nada de arrepentimientos, nada de fluctuaciones del pensamiento, del valor o del humor. Imponen
bajo su aspecto más dramático, el combate obstinado y difícil del hombre con la forma. Su
agente esencial el Fuego, es también su más grande enemigo. Es un agente de precisión temible, cuya operación maravillosa sobre la materia que se propone a su ardor, está
rigurosamente limitada, amenazada, definida por algunas constantes físicas o químicas, difíciles de observar. Tanto cuando se adormece como cuando se torna demasiado vivo, el
capricho del fuego, implica un desastre: la partida se ha perdido. Perdidos, en un instante, el perfil gracioso, el decorado largamente meditado, la cubierta sabiamente dosificada y
colocada, el tiempo, el dinero, los cuidados, el amor.
Ya se trate del cobre, del vidrio o del gres, cuando al fuego actúa, el hombre se consume. Vela y arde: es a la vez un jugador cuya suerte va a ser sacudida por un golpe de
dados y se parece a un alma ansiosa en ruego. Su mano que suscita el Fuego, que le nutre, lo incita o lo atempera, acecha el instante
único de sustraerle esta formación incandescente que acaba de producir y que va a destruir
en el instante siguiente, como lo hace con sus criaturas la ciega y monótona potencia de la
vida. Así también el poeta debe arrebatar, con presteza a su espíritu y fijar enseguida el
accidente precioso de su entusiasmo, antes de que este mismo espíritu, arrastrado más allá de lo bello, lo retome, lo disuelva y refunda en sus combinaciones infinitas.
Pero toda la vigilancia del noble artesano del Fuego, todo lo que su experiencia, su ...
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